El endeudamiento sigue siendo uno de los mecanismos fundamentales para que la rueda siga girando. A costa de deudas pasadas, se pagan cuotas presentes y se emiten compromisos futuros.
Para los dueños del dinero el circuito cierra perfectamente. Y a las crisis, hoy en día tan recurrentes, se las sortea cada vez con mayor endeudamiento y fusiones. Aunque también, como ocurrió tras la crisis de las hipotecas en 2008, es el Estado quien salva a los grandes bancos para que no quiebren.
La recesión producto de la pandemia también implicó un aumento en las emisiones de deuda. A costa de esa liquidez que otorgan los dueños del dinero, se saldan parcialmente algunas problemáticas sociales y se certifica la defunción de cualquier intentona soberana.
Ahora, al propio Banco Mundial le preocupa los niveles de informalidad, ya que reduce la capacidad de movilizar «recursos fiscales para apuntalar la economía». Es decir, los efectos de la causa del endeudamiento parecen ser también la causa del problema presente. Para este sector, la única ecuación que cierra es la de valorizar su dinero.
Ya no sorprende su lógica, sino más bien como el desarrollismo sin soberanía del pueblo es un entretenimiento de distracción del problema principal.