L a dinámica del proceso de desarrollo de los países occidentales, y en particular los latinoamericanos, viene mostrando crecientes niveles de pobreza y desigualdad. La Argentina, luego de la crisis del experimento de la convertibilidad de su moneda, el penúltimo episodio liberal frustrado, transcurrió con algunos años de persistentes mejoras registradas en muchos indicadores como desempleo, pobreza, desigualdad. La restauración del proyecto económico liberal, desde fines de 2015, revirtió estas tendencias que se vieron acentuadas por la pandemia. En el segundo semestre del 2020, doce millones de personas (2,9 millones de hogares) tenían ingresos inferiores a los de la línea de la pobreza, mientras que tres millones de personas (721 mil hogares) no alcanzaban a reunir ingresos para financiar la canasta básica de subsistencia, poniéndolos en situación de indigencia.
Recientemente, el INDEC presentó el informe sobre la distribución del ingreso del primer trimestre del corriente año elaborado a partir de los datos provistos por la Encuesta Permanente de Hogares (EPH). Este informe muestra que el ingreso familiar per cápita promedio alcanzó los $ 25.285. Sin embargo, el estrato bajo de la población argentina percibió sólo un 34% de ese valor, mientras el estrato medio recibió un 72% y el estrato alto alcanzó un valor 150% mayor al promedio. Si tomamos esta población de referencia y la ordenamos según su ingreso de menor a mayor en 10 grupos (deciles), la población del primer decil (la más pobre) tiene un ingreso promedio per cápita de $ 3.574 mientras que en la población del último decil el ingreso medio per cápita es de $ 82.002. Con mayor precisión estadística, el informe muestra que la mediana del ingreso del decil “más rico” es 17 veces la del decil “más pobre”.
La desigualdad por género es presentada considerando un ingreso individual medio que alcanzó, en promedio, los $ 42.394; mientras los varones recibieron un 15% más que ese promedio, las mujeres obtuvieron un 15% menos. La brecha de ingresos entre varones y mujeres es más alta entre los trabajadores informales.
Por último, se informa que el trabajo asalariado con descuentos jubilatorios (trabajadores “en blanco”) proveyó de un ingreso promedio 130% mayor que el de los asalariados sin descuentos (trabajadores “en negro”) y un 60% mayor que el de los trabajadores no asalariados (autónomos).
La lectura habitual de esos informes, como la precedente, resalta elementos puntuales destacados, pero, en general, sin relacionarlos entre sí y con otros indicadores del mercado de trabajo y de las políticas de rentas, que permitan aproximar una comprensión de cómo funciona la economía y por qué se definen los valores presentados. En las líneas que siguen se intenta un análisis que los integre y ponga en debate algunos aspectos que se derivan de él, confirmando o rechazando, y siempre matizando, algunas aseveraciones instaladas como verdades en el sentido común de los argentinos, por ejemplo, el sostenimiento clientelar de la pobreza y su efecto negativo sobre el mercado de trabajo.
La gran mayoría de los ingresos en los hogares argentinos provienen del mercado laboral, sin embargo, según INDEC, 5,1 millones de personas reciben ingresos que no provienen de su trabajo. Sin tener la información específica, se supone razonablemente que la gran mayoría son trabajadores pasivos, jubilados y/o pensionados, mientras el resto son perceptores de apoyos públicos y rentistas que reciben ingresos de la propiedad en proporciones que no podemos determinar. La agenda mediática suele señalar una sobreasignación de recursos no salariales en los sectores de más bajos ingresos. Si bien puede percibirse que el 10% de los hogares “más pobres” recibió un volumen de ingresos no salariales que representan el 43,1% de sus ingresos totales, ese apoyo de alrededor de 8,4 mil millones representa el 4,65% del total de ingresos no salariales. En la otra punta, el 10% de los hogares “más ricos” recibió un volumen de ingresos no salariales que representan el 20,3% de sus ingresos totales, pero este ingreso representa un volumen de ingresos no salariales de 35,4 mil millones de pesos, el 19,7% del total de ingresos no salariales.
Dicho de otro modo, por cada peso que recibe un hogar de los “más pobres” en concepto de ingreso no salarial cada uno de los hogares “más ricos” recibe 4,2 veces más. Considerando que los hogares “más pobres” tienen en promedio 4,3 miembros, mientras los “más ricos” tienen sólo 2, por cada 1 peso de ingreso no laboral apropiado por cada miembro de un hogar “más pobre”, cada miembro de un hogar “más rico” recibe 9,1 pesos. Estas consideraciones analizando solamente los ingresos no laborales, es evidente que esta desigualdad se ve amplificada por las diferencias que se generan en el mercado de trabajo.
Profundizando el análisis observamos que, en el grupo de hogares “más pobres” cada trabajador ocupado debe sostener casi a 3 miembros de su hogar, en tanto en el grupo de los “más ricos” cada ocupado no alcanza a tener a cargo a una persona (0,4 inactivos por ocupado).
En este punto quedan planteadas dos tareas relevantes: por una parte, avanzar en la comprensión de los determinantes de las diferencias de rentas, esto es entender las características del mercado laboral; y por otra, tratar de bucear sobre los efectos asignativos de los ingresos no salariales en el mercado de trabajo, esto significa analizar el argumento que supone que quien recibe un ingreso no salarial tiene menores incentivos para trabajar.
Una pista sobre la desigualdad aparece en el acceso a los diferentes segmentos del mercado de trabajo. De los 8,6 millones de trabajadores asalariados, 67,6% realizan aportes jubilatorios y reciben, en promedio del total, 51.328 pesos mensuales, mientras que el 32,4% que no realiza aportes recibe sólo 22.385 pesos. En promedio por cada trabajador asalariado con aportes, se observan 0,2 sin ellos. Por el contrario, entre los trabajadores del decil 1, el de los “más pobres”, por cada trabajador con aportes se registran 4,3 sin aportes, con un diferencial de ingresos del 33,5% en favor de registrados, poniendo en evidencia el acceso de los y las trabajadores pobres a las condiciones más degradadas del mercado laboral asalariado.
Así como la mayoría de los trabajadores informales ganan menos que los trabajadores registrados, las mujeres que se encuentran dentro del sector informal tienen trabajos aún más precarios que los varones en cuanto a condiciones y remuneración. Las mujeres se insertan principalmente en sectores vinculados al cuidado, el servicio doméstico es la rama de ocupación con mayor índice de feminización en la Argentina. Las mujeres de los deciles más bajos encuentran mayoritariamente ocupación como trabajadoras de casas particulares actividad que, aunque está regulada, presenta mayores niveles de informalidad y de menores ingresos promedio en todo el mercado laboral.
Estas observaciones, complementadas con una aproximación a los ocupados no asalariados, permiten reforzar la percepción de una inserción muy desfavorable para los trabajadores de los hogares “más pobres” en el mundo laboral, debiendo con sus magros ingresos, sostener una cantidad de personas a cargo que es 6,3 veces la de los hogares “más ricos».
Visto que el mercado de trabajo explica de manera evidente las disparidades de ingresos y que la asignación de ingresos no salariales reduce parcialmente el peso de la carga familiar sobre los trabajadores ¿podemos adjudicar a esa política distorsiones en el mercado de trabajo?
La respuesta más inmediata es, claramente, negativa. Las condiciones del mercado laboral al que acceden los trabajadores de los hogares “más pobres” resultan muy exiguas, tanto en remuneraciones como en calidad de empleo, lo que debilita el prejuicio vulgar del “no quieren trabajar”, evidenciando que lo hacen y por muy poco. En tanto, y como se verá, en términos proporcionales, la distribución de los ingresos no laborales tampoco aporta evidencia sobre otro prejuicio vulgar: “los planes financian vagos”.
Como se muestra en el cuadro que sigue, el mercado laboral en su provisión de ingresos a los hogares deja una alta carga para el decil 1 (10% más pobre) representada en 289 personas por cada 100 ocupados, carga que se reduce a 172 dependientes cuando incorporamos los ingresos no laborales. En el caso del 10% más rico de la población por cada 100 ocupados hay sólo 46 personas a cargo y cuando se incorporan los ingresos no laborales, las personas a cargo se reducen a 20.
Reducción de carga de los hogares a partir de ingresos no laborales.
1º Trimestre 2021 (1)
Como se observa en la tabla precedente los ingresos no laborales reducen en poco más del 50% la carga sobre los perceptores de ingresos laborales para el conjunto de la población. Sin embargo, sólo reduce un 40% la carga en el decil 1 (más pobre) mientras lo hace en un 56,5% en el decil 10, el de los hogares “más ricos”. Si bien, los ingresos no laborales, probablemente de naturaleza distinta -apoyos públicos en un caso y rentas patrimoniales en el otro-, podrían inducir desincentivos al trabajo de manera similar, los impactos son proporcionalmente bien diferentes. Esta reducción de la carga de un 40% resulta menos significativa al bienestar de los hogares “más pobres”, indicando la necesidad de búsqueda de otros ingresos para mejorar las condiciones de vida de esa población. En ese sentido, el mercado de trabajo, mucho más que los subsidios públicos, parecen ser la mejor vía que le queda a este sector para hacer frente al sostenimiento de los integrantes dependientes del hogar.
La información disponible permite inferir una particular estrategia de obtención de ingresos en los sectores “más pobres”. Es posible encontrar algunas pistas apoyados en una medida de uso frecuente para identificar las relaciones por género, el Índice de Masculinidad, que relaciona la cantidad de varones por cada mujer. Así un indicador menor a uno indica mayor presencia femenina, por el contrario, un índice mayor a uno indica mayor presencia masculina.
Como puede observarse en los deciles de individuos que reciben los menores ingresos la cantidad de mujeres supera a la de hombres invirtiendo la relación en los deciles más ricos. En el 10% de la población “más rica” los ingresos masculinos son predominantes y los ingresos de la mujer representan el 34% de los ingresos totales, mientras que en el 10% de la población “más pobre” las mujeres aportan 2,4 pesos por cada peso aportado por un varón, haciendo que los ingresos femeninos constituyan el 70% del total de ingresos para el sector más pobre. Por cada peso de ingreso laboral aportado por un hombre, una mujer aporta $ 1,27, lo que continúa mostrando una mayor carga femenina en la provisión de ingresos en los sectores “más pobres”.
Una lectura similar, aunque algo morigerada, puede realizarse con los tres primeros deciles, que aportan ingresos totales a los hogares más pobres, ofreciendo evidencia sobre el rol de las mujeres en la estrategia de obtención de ingresos no laborales que, en consideración del maltrato que les ofrece el mercado laboral, ayudan a sobrellevar las penurias de los hogares pobres.
Un informe de mayo de este año de la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género y UNICEF muestra que el 83,5% del total de jefes/as de hogares monoparentales son mujeres (este porcentaje asciende al 88,3% en pandemia). Además de la brecha de ingresos, las estadísticas muestran que las mujeres experimentan menores tasas de participación laboral y mayores tasas de desocupación que los hombres. En el primer semestre de 2020, el 68,3% de niños y adolescentes que vivían en hogares monomarentales eran pobres y el 23,6% eran indigentes. Esta información permite realizar otra lectura de los datos que se muestran en la tabla anterior para comprender el rol de la mujer en los hogares más pobres.
En consideración de lo expuesto, la pobreza y la desigualdad tienen en el mercado de trabajo una contundente explicación y en las políticas de rentas alguna mitigación, evidentemente insuficiente para alcanzar una vida digna.
En este contexto suenan estridentes algunas lecciones del presidente de los Estados Unidos para resolver situaciones que, con diferentes escalas, son similares. Si se pretende fortalecer las clases medias como sector dinámico de la sociedad, ampliándola a partir de la incorporación de los sectores más pobres, debe aumentarse el salario mínimo, en su caso propuso su duplicación, aconsejando “Pay them more” (págale más) a los empresarios que se quejan de no encontrar trabajadores. Evidentemente, la salida es por abajo.
[2] Elaborado sobre información del Cuadro 10 del informe citado.
[3] Elaborados sobre la información del Cuadro 4 del informe de referencia.
[4] Elaborados sobre la información del Cuadro 4 y el Gráfico 2 del informe de referencia.