La situación actual pone en evidencia el debate de cara a un futuro posible.
Por eso hay dirigentes sindicales que proponen con claridad el objetivo político del movimiento de trabajadores: generar acuerdos es condicionar los acuerdos. Sentar las partes en una mesa es obligar a que tengan que sentarse para resolver la situación.
Caso contrario, lo seguirán haciendo ellos por la vía fría. Con diálogos y consensos y golpes de mercado, marcando las medidas que el gobierno, sin espacio u opciones para otra cosa, sigue a pie juntillas. La emisión de deuda en pesos, el pago de las cuotas al FMI y el uso de los DEG para pagar deuda -y no para revertir la crisis social y sanitaria- son un claro ejemplo.
Aún si hubiera claridad en los señalamientos del diagnóstico técnico-económico, el problema es político.
Y político, no de partidos y elecciones, que en todo caso podrían ser la expresión del problema, sino político de relaciones de fuerza entre las clases, fracciones y sectores.
Porque hasta los cambios en el parlamento o en las representaciones sindicales sin un cambio en la correlación de fuerzas pasa a ser un acto administrativo que alimenta la ilusión de “todos adentro”, pobres pero adentro, siendo parte y co-responsables de que nada se puede.