Cuando en 2018 el FMI desembolsaba sus préstamos en el país, de la mano del ex presidente Mauricio Macri, había preocupación porque su pago implicaría los recursos naturales. Era entendible esa asociación, ya que el Comando Sur recorría su “patio trasero”.
Pero este canje está otra vez por acá y no precisamente bajo la usurpación directa de marines. El capital financiero encontró esquemas para mercantilizar, desde el hidrógeno al carbono, pasando por las viviendas sociales, hasta la energía eólica.
Su doctrina no pisa con borceguíes, pero encuentra formas en la creación permanente de instrumentos (letras, bonos, criptomonedas, créditos, etc) para extraer todo lo posible, pero de una manera “aparentemente” amigable.
Ambos esquemas se llevaron y llevan nuestros recursos naturales, primarizando la economía y sometiendo la soberanía popular.
Está ocurriendo ya, porque el desarrollo sostenible prometido implica producir para exportar. De la montaña al puerto, de la billetera a sus bancos, de los municipios a sus letras; todo se va a engrosar sus bolsillos. Que sea menos visible no lo hace ni intangible ni menos preocupante.
Hay que separar la paja del trigo para identificar -más allá de las formas- una nueva etapa de sometimiento. Y luchar, como única necesidad, para que hasta nuestro respirar no sea una mercancía más de su mercado.