El presidente norteamericano, Joe Biden, decidió este lunes darle continuidad a Jerome Powell al frente de la Reserva Federal (FED) de EEUU, cargo que ocupa desde noviembre de 2017, nominado entonces por Donald Trump.
A consecuencia de ello, hubo dos reacciones inmediatas en un contexto conflictivo para los norteamericanos. El dólar sigue tomando cada vez más valor en el mercado de monedas en relación a la canasta conformada por las divisas de otras potencias económicas, entre ellas el euro de Unión Europea, el yuan chino y la libra británica. Ese indicador, llamado Índice Dólar, subió esta semana a 96,53 unidades y es el punto más alto desde julio de 2020. También subieron los rendimientos que pagan todos los bonos que emite el Tesoro de EEUU: +0,58% los de corto plazo, +7,7% los papeles a 10 años y +5,8% los de 30 años. Pequeños porcentajes pero de volúmenes inconmensurables detallados más abajo.
Ambas condiciones, más la disposición de Powell de subir la tasa de interés de referencia (que está en un rango de 0 a 0,25%) dada la inflación existente, suponen una succión de los capitales que, por medio de la misma FED, se estaban inyectando en todo el mundo solo con la maquinita de imprimir sin respaldo alguno. En años anteriores y sea cual sea el color del gobierno del resto de las economías del mundo, sobre todo las emergentes, esta maniobra financiera de centralización determinó mayor devaluación de las monedas locales.
Inflar la economía
Todo el mundo está atravesando hoy un período inflacionario, sobre todo impulsado por el precio de la energía (petróleo, gas y carbón) que pone en funcionamiento el resto de la producción y la circulación de mercancías. Incluso en EEUU, que a mediados de año decía que el aumento del índice de precios iba a ser pasajero pero que en octubre llegó a un registro inédito en los últimos 30 años: 6,2% interanual, por encima del 5,9% estimado en su presupuesto nacional para el corriente año. En las estaciones de servicios, la gasolina subió 59% en los últimos 12 meses y los alimentos un 5,4%.
Desde inicios de la pandemia, la expansión monetaria de la FED se aplicaba con la compra mensual de 80.000 millones de dólares en bonos del Tesoro (deuda pública) con los que se financia el propio Estado y sus políticas de gobierno y de 40.000 millones de dólares en papeles de las empresas (deuda corporativa o privada) para sostenerlas. A principios de noviembre, la FED anticipó que iba a empezar a frenar ese mecanismo achicando en 10.000 millones y en 5.000 millones la compra mensual de deuda pública y privada respectivamente.
Powell subrayó este mismo lunes el impacto corrosivo que la alta inflación está teniendo en la economía y las familias y fijó que el objetivo inmediato de la FED es frenarla. Con él a cargo, hay una mayor predisposición a enfriar la economía “interna” Norteamérica. Pero el frío necesariamente va a llegar al resto del mundo: se espera en 2022 una reducción más brusca en la compra de bonos y un aumento de la tasa de interés, por lo cual será más rentable para las empresas sacar el capital de las economías emergentes y migrar a la bolsa norteamericana.
La otra crisis
La actual inflación norteamericana es la más alta tras el pico de 10% de la década de 1980. Entonces, la tasa de interés de referencia era de 15% (obtener dinero era más caro que ahora), la deuda pública representaba el 25% del PBI, las políticas sociales se comían el 10% de ese PBI y la tasa de desempleo rondaba el 11%. De ahí, la expansión neo-liberal transnacional sobre todo a los tigres asiáticos.
EEUU tiene hoy un déficit de 3 billones de dólares, equivalente al 15% de su PBI, una relación deuda/PBI del 100% y un gasto en políticas sociales del 12% del PBI.
En mayo, a cuatro meses de asumir la presidencia, Biden prometió más: un plan de 6 billones de dólares para recomponer la economía de su país pero el Congreso (aún con legisladores de su mismo Partido Demócrata en contra) le negó hasta ahora el paquete completo y solo le fue aprobando tramos y con muchas reducciones a las propuestas iniciales. En octubre le dieron luz verde a ampliar presupuesto (gasto público) hasta diciembre. La primera semana de noviembre, 1,2 billones de dólares para obra pública. Y recién el 19 de noviembre la Cámara de Representantes dio mayoría para 1,9 billones de dólares destinados a políticas sociales, educativas y de promoción de la descarbonización y utilización de las energías limpias. Biden espera que 1,5 billones sean obtenidos del ajuste fiscal que propone para las altas rentas personales y empresariales. El resto es mayor déficit. De todas maneras, resta el visto bueno de la Cámara de Senadores (donde republicanos y demócratas empatan en 50%).
Contradicciones de la transición
La generación de energías a partir de recursos no fósiles, requiere justamente que estos últimos tengan precios altos para poder ser competitivos y atraer inversiones. Pero los altos precios de la energía achican el poder adquisitivo de los ingresos.
Además, el petróleo y el gas son claves para algunas naciones. Las enroladas en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) continúan con la política de extraer poco para que haya poca oferta y sostener su precio actual en bolsa. El Brent, que se extrae del Mar del Norte ronda los 83 dólares por barril y subió 93% en un año. El barril de la OPEP, que promedia el extraído en sus países miembros (Argelia, Angola, Ecuador, Gabón, Iraq, Irán, Qatar, Kuwait, Libia, Nigeria, Arabia Saudita, Venezuela y los Emiratos Árabes Unidos), está en 81 dólares y acumula 91% de aumento en 12 meses.
Para contrarrestar esa política, y aun apenas terminada la Cumbre del Clima COP26 en la que EEUU estuvo a la cabeza de la transición verde, el gobierno de Biden decidió achicar la compra afuera y sacar a la calle unos 50 millones de barriles propios. Son una pequeña parte de las reservas de 610 millones de barriles que desde 1975 tiene almacenados en 60 depósitos ubicados sobre las costas norteamericanas del llamado Golfo de México.
Esta decisión contra la OPEP (encabezada por Arabia Saudita, primer productor mundial, aliado clave de EEUU en Oriente Medio), Biden la ha compartido con el Reino de la Gran Bretaña, Japón, Corea, la India y China misma, segundo consumidor mundial de crudo detrás de EEUU y su máximo competidor comercial.