La efervescencia de las luchas que el año pasado culminaron con las multitudinarias movilizaciones contra la reforma previsional en diciembre, se fueron diluyendo en el transcurso de este año. En marzo del año pasado, millones de personas movilizadas pedían por un paro nacional. Hoy algunos sindicatos (los que cerraron paritarias), no logran perforar el techo del 15 por ciento que puso el gobierno, cuando las proyecciones de inflación están por encima de ese porcentaje.
El encolumnamiento partidario va marcando entonces no solo los agrupamientos y las futuras alianzas, sino también los tiempos. Empieza la idea de la unidad, pero no en el sentido del conjunto de los trabajadores que luchan contra políticas de gobierno adversas, sino más bien la referencia a las identidades históricas. Este movimiento, que no puede soslayarse, prefigura un escenario distinto. Y así pone al movimiento social más en administración de las políticas públicas (proyectos a favor, proyectos en contra), que en el propio problema sectorial y social a resolver en el sentido de la materialidad necesaria para imponer una agenda determinada.
No es que el gobierno haya revertido los problemas sociales ni las tensiones mundiales. Muchas se han profundizado, pero depende de quien se mueve, adonde prefiere poner los esfuerzos. Nuevamente las luchas que se libran por abajo, vuelven a encasillarse en la competencia partidarias. Aún cambiando el gobierno de la administración de las cosas, puede ocurrir que se mantenga el estado de la situación estructural. El que arma el partido necesita a todos jugando ese torneo y no otro. Así resulta más fácil, para los inversores financieros globales, impulsar la reforma que falta: la que va contra los trabajadores.