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mediados de septiembre Joe Biden recibió al nuevo mandatario británico, el laborista Keir Starmer, y retomaron las conversaciones iniciadas una semana antes en Kiev (capital de Ucrania) por el secretario de Estado Antony Blinken, y el ministro de Exteriores de Londres, David Lammy. En esa oportunidad, dijeron en conjunto: “Nuestro mensaje a Putin es claro: nuestro apoyo no disminuirá. Nuestra unidad no se romperá. Putin no sobrevivirá a la coalición de países comprometidos con el éxito de Ucrania”. EE.UU. lleva 55.000 millones de dólares de asistencia militar a Ucrania (los últimos 717 millones otorgados el 11 de septiembre).
Reino Unido sumó también otros 710 millones de euros. Desde febrero de 2022, Ucrania recibió de sus aliados (todo deuda, claro) más de 100.000 millones de dólares en armas. Más de la mitad se compran en las industrias del complejo industrial militar con sede en EEUU. “Ucrania es un buen negocio para EEUU”, había reconocido el noruego Jens Stoltenber, en febrero de este año, cuando todavía estaba al frente de la OTAN.
El punto nodal de estas conversaciones bilaterales estratégicas (así las presenta la diplomacia) anglo-americanas, gira en torno a permitir que el gobierno de Ucrania utilice sus misiles de largo alcance (los ATACMS estadounidenses y los Storm Shadow británicos) para atacar territorio ruso. La reunión de los líderes en la Casa Blanca terminó sin anuncios. “No hay cambios en nuestra visión sobre la provisión de capacidades de ataque de largo alcance para que Ucrania las use dentro de Rusia”, comentó el portavoz John Kirby.
El presidente ruso Vladimir Putin consideró por esos días que “si esa decisión se toma, no significará otra cosa más que la participación directa de los países de la OTAN en la guerra en Ucrania.” Y “si eso es así, tomaremos las correspondientes decisiones”, dijo. Vassili Nebenzia, su representante en el Consejo de Seguridad de la ONU lo advirtió allí: sería “una guerra directa contra una potencia nuclear”.
El Parlamento Europeo dio un paso adelante el jueves 19 de septiembre aprobando –425 votos a favor, 131 en contra y 63 abstenciones– una resolución pidiendo a los 27 países miembros de la UE que permitan “el uso de los sistemas armamentísticos occidentales proporcionados a Ucrania contra objetivos militares legítimos en territorio ruso”.
El 26 de septiembre, Biden recibió a Volodimir Zelenski. Lo esperaba con “un aumento de la ayuda” por otros 8.000 millones de dólares y “una serie de medidas adicionales” que el ucraniano le agradeció públicamente en la red X. Gracias por el entrenamiento para los pilotos de los aviones F-16, por la batería adicional Patriot, por los drones, por las municiones aire-tierra. Y por los misiles de largo alcance. Biden lo hizo. Zelensky insiste con que se los dejen disparar directamente a territorio ruso.
Con todo, para los occidentales es Rusia quien amenaza
Peter Stano, portavoz de política exterior de la UE, dijo que es “imprudente e irresponsable.” El norteamericano Antony Blinken, entrevistado por una cadena televisiva, igual. Y agregó que es grave porque los líderes de todo el mundo se encuentran reunidos en la ONU hablando de “la necesidad de un mayor desarme y de la no proliferación nuclear.” Solito nomás, EE.UU. lidera el gasto en armas convencionales del mundo (38%) y también el gasto en armas nucleares (56%). Según el último informe del SIPRI tiene 100 ojivas operativas desplegadas en bases de militares ubicadas en Bélgica, Holanda, Alemania, Italia y Turquía.
Mientras tanto, una nueva sede de la OTAN destinada al control del norte europeo se ubicará en la localidad de Mikkeli, Finlandia, a menos de 200 kilómetros de la frontera con Rusia. “Es un mensaje a Rusia”, subrayó Antti Hakkanen, ministro de Defensa del país que se incorporó a la Organización en abril de 2023 agregando 1.340 kilómetros de frontera terrestre directa con Rusia. La base funcionará donde ya opera el mando de las fuerzas finlandesas. Así “logramos la mejor sinergia posible entre la gestión de la defensa nacional y la gestión de la defensa de la OTAN”, dijo el ministro.
Tras la operación especial rusa de febrero de 2022, Finlandia rompió su posición histórica de neutralidad y se incorporó a la OTAN, sumándole así 1.340 kilómetros de límite terrestre directo con Rusia.