Uno a uno, la oposición recogió un derrotero de fracasos en la Cámara de Diputados de la Nación, el pasado jueves. Estos no fueron más que escalones de ascenso hacia el altar republicano que, mal que nos pese, mostró nuevamente a la República en todo su esplendor de funcionamiento. Oficialistas y opositores levantando la mano, interpretando cada cual su papel: «pagando» el costo político unos, «haciéndoselo pagar» los otros.
El cuadro completo del republicanismo muestra a la tribuna de los trabajadores acostumbrados a pagar los costos -o, las menos de las veces, a recibir escuetos beneficios- de un juego cuya puerta de ingreso no posee el tamaño ni la forma de sujeto colectivo. Alcanza con ver el comportamiento de la representación institucional de los sectores en momentos de crisis como los que atravesamos. Comportamiento que se resume en las máximas de «llegamos a un acuerdo», «valoramos el diálogo» o «ellos no nos escucharon». Esto, en épocas en que la tendencia demuestra el deterioro constante de las condiciones de vida de los trabajadores que no poseen, a esta altura, ni un pedacito de tierra donde dormir.
¿Alguien piensa realmente en la posibilidad de, «parlamentariamente», realizar una expropiación masiva de tierras para que los sectores populares construyan sus viviendas? ¿Alguien cree posible que en el diálogo oficialismo-oposición (unida, fragmentada o como sea) se vaya a resolver la dotación de servicios a estas tierras? ¿Alguien compara los «costos políticos» que se pagan en la República con los que se pagan en los barrios populares? ¿Cómo -y dónde- se plantea una democracia con otra lógica, participativa y popular que realmente resuelva los problemas -contradicciones- del sistema en que vivimos?