La discusión económica actual es una: ajuste público y transferencia de recursos de un sector a otro. La discusión política no es esa misma sino la profundización del disciplinamiento de la clase trabajadora. Antes, bajo del paradigma del desarrollismo con pretensiones de autónomo. Ahora, bajo el período de la integración financiera a la única economía, que es la global.
La clase trabajadora sigue así estando huérfana. El plan opositor de hacerle pagar algún costo político a la coalición oficialista UCR-PRO por la tarifa de los servicios públicos no está tampoco a la altura del problema concreto y real.
La presentación simultánea de 29 proyectos para re-regular de un modo diferente el precio final de la boleta, no llega a modificar en nada ni el costo económico real que afrontan los hogares ni el equilibrio de poder que le sigue permitiendo profundizar la transferencia de recursos sociales (del trabajo, de la producción y del estado mismo) hacia los sectores del capital a los que representan.
De hecho, eliminar impuestos y tasas provinciales y municipales (como lo decidió ahora el intendente local) va en ese mismo sentido: desfinancia las arcas públicas y predispone la necesidad de continuar acelerando el endeudamiento externo, que vía la emisión de letras, ya no está sujeto a alguna entidad de crédito bancario sino a las bolsas financieras.
El escenario crítico que han construido en estos dos años les resulta favorable. Un escenario de no retorno que justifica el paso siguiente del propio plan: extractivismo de todos los recursos disponibles, ya sea achicando la recaudación y el llamado gasto social, el costo de la mano de obra y hasta la mano de obra misma.
Esta orquestación programada y escalonada da cuenta de que no estamos enfrentando empresarios inescrupulosos devenidos en dirigentes que armaron su partido, ganaron las elecciones y dirigen el gobierno. No son una anomalía circunstancial o una disfunción del sistema republicano. Son mucho más: hay una fuerza conducente decidida a restablecer las condiciones de poder en América Latina, no ya entendida como la suma de países sino como un único territorio económico que, geopolíticamente, es estratégico en el plano global en el que están jugando la partida.
Con cada edición hemos dado cuenta, o al menos lo seguimos intentando, de la sincronía y de la similitud de los acontecimientos de cada rincón del viejo mapa del mundo. Y en cada lugar, el destinatario es el mismo: la clase trabajadora y el pueblo construido a su alrededor.
La situación es tal, que la «oposición» no es el sujeto con el cual afrontarla. La catarata de proyectos presentados en la sesión extraordinaria de Diputados (entre ellos, los de las diferentes vertientes peronistas y hasta de la izquierda institucional parlamentaria) y la unidad de los bloques de representantes político-electorales no logran, como quedó a la vista, ni detener ni mucho menos quebrar el plan que ejecuta el gobierno.
Así es acá, o en Brasil, o en Paraguay, o en Colombia, donde ese gran arco es oposición. Pero donde ese mismo esquema de coalición político-electoral es gobierno -como en Uruguay, como en Nicaragua o como lo fue hasta hace poco en Chile y en Ecuador- tampoco logra resolver lo verdaderamente medular que no es, o ya no es, el equilibrio de poder entre facciones partidarias sino, el poder mismo. Es decir, la composición misma del poder, cuyo carácter y cuyo territorio es únicamente social.
He aquí el momento de las organizaciones libres del pueblo que tienen ahora el desafío de liberarse también de las viejas ataduras institucionales, dogmáticas e ideológicas, que ya no pueden explicar el motivo del nuevo problema que afrontamos, ni tampoco pueden resolverlo finalmente.
Fue a partir de las movilizaciones populares de todo 2017 que los parlamentarios pudieron ahora llenar de aire sus pulmones para gritar, como lo hizo Agustín Rossi en la elocución final de la sesión del miércoles -solo por citar uno de los tantos casos-, denunciando que el gobierno tiene funcionarios que fugan divisas y que el presidente Mauricio Macri tiene un pasado de contrabandista.
Fue con aquellas medidas dispersas pero vertebradas por diferentes corrientes y agrupamientos de trabajadores, que coronaron a fin de año en la gesta de la Plaza de los Dos Congresos mientras dentro del recinto se trataba la Reforma Previsional, que nació la autodenominada «oposición».
Fue después de aquella reconstrucción de incipientes condiciones y vínculos de poder, silenciosa y anónima, ajena a las cámaras y los sets televisivos, asamblea tras asamblea, marcha tras marcha, localidad por localidad, que ahora esa «oposición» puede coordinarse, juntar la mitad más uno de los Diputados y actuar de conjunto en el Congreso esgrimiendo a viva voz el derecho constitucional, el derecho social, el derecho del consumidor, el de empresario pyme, del trabajador y del hogar. Y aun así, no alcanza.
Importa ahora tener presente que fue de ese modo y no al revés. Porque así como la crisis es propicia para que el capital avance, acapare y concentre todo lo disponible, y así de cruda se presenta a la vez deteriorando las condiciones de la vida, también es así de clarificadora para descubrir las causas profundas de los problemas que cíclicamente, años más años menos, vuelven a recaer sobre el propio pueblo, sea del color que sea. Causas que quedan siempre ocultas tras el normal transcurir de la vida cotidiana aprendida.
Ante la tormentosa realidad y la incertidumbre de una oscuridad ruidosa, los relámpagos mismos iluminan la escena y revelan esto que se nos pasa casi siempre inadvertido: que a veces ganamos, a veces perdemos, pero siempre perdemos.
Una sola certeza alumbra: que es hora entonces de desterrar cualquiera de aquellas ilusiones y prepararse para luchar.
A los que vivimos del trabajo, la historia nos enseñó a hacerlo: reconocernos en la misma comunidad, discutir todas las necesidades locales que son la manera concreta como se presenta el problema general, organizar las demandas, cuidar a quienes quedaron sin empleo, organizar la provisión accesible de alimentos, anteponer lo que tenemos en común y pelear por lo que ya debe pasar a ser común y no quedar delegado en manos de nadie que pretenda sacarle lucro, ni a nuestras necesidades ni a nuestras voluntades.
> LUCIANO SALERNI / EL MEGAFONO
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