La mañana del 4 de Noviembre pasado, la superficie mansa el Canal de Beagle amaneció surcada por importantes naves de la Flota de Mar. Dos Destructores Clase Almirante Brown Meko360 (el “Sarandí” y “La Argentina”), la Corbeta misilística ARA “Rosales”, y el carguero logístico Bahía San Blas. Pero bajo las aguas también emergía el submarino de ataque ARA San Juan. Durante 9 días realizaron una intensa serie de ejercicios integrados conocidos como Etapa Mar III, desplegando variados medios de la Aviación Naval, Infantería de Marina (BIM4 y BIM5), buzos tácticos, varios helicópteros Fennec y Sea King.
Las operaciones integraron todas las bases de la Armada en Tierra del Fuego, de modo que ningún ciudadano ni en Río Grande ni en Ushuaia pudo permanecer ajeno al despliegue militar. Sin embargo, alejada de los centros urbanos, más allá del Estrecho de Le Maire, se encuentra la Isla de los Estados (ubicada también a una distancia de 360 km de Malvinas). Allí, entre el 8 y 9 de Noviembre, se concentró la acción naval más importante, utilizando como blanco el antiguo Aviso Somellera (declarado fuera de servicio tiempo atrás), la Armada realizó varios lanzamientos de torpe-dos y misiles Exocet. Fuentes del Area Naval Austral asegu-ran que el submarino San Juan protagonizó varios de estos lanzamientos que culminaron en el hundimiento del ARA Somellera. Si esto posee alguna relación con su posterior desaparición, no lo sabemos, pero sin dudas algo tiene que ver con el secreto de Estado que la jueza Yáñez pidió recientemente levantar. Lo que sí sabemos, en cambio, es que horas después de Etapa Mar III, el Reino Unido anunció la inversión extraordinaria en Malvinas de 250 millones de euros en defensa, un numeroso paquete de recursos militares en el que sobresale la adquisición del sofisticado sistema anti-misiles israelí Sky Sabre (conocido como “el Domo de Hierro”) y la modernización del puerto de aguas profundas del complejo-fortaleza Mount Pleasant.
Los submarinos TR-1700 como el San Juan, son unidades de combate silentes y estratégicas con gran autonomía, pero en la era de la propulsión nuclear ya no son consideradas armas de frontera tecnológica. Con más de 30 años de servicio en la Armada, el San Juan fue encargado al astillero alemán Thyssen Nordseewerke como parte de un proyecto del tercer gobierno de Perón, que preten-día contar con una flota de 6 submarinos e incluía la instala-ción en Argentina de un astillero con las capacidades técnicas para la construcción de estos submarinos diesel. Lamentablemente, la vocación importadora neoliberal del golpe de Estado de 1976 sumada a las consecuencias de la Guerra del Atlántico Sur, el ambicioso proyecto fue cerrado para siempre con la adquisición del ARA San Juan en 1985.
La vergüenza de Acuerdos de Madrid firmados entre 1990-1995 y cuya letra contiene la claudicación nacional sobre el Atlántico Sur, son el marco de referencia desde donde debe-mos pensar ausencia total de una política oceánica nacional. El problema de las FFAA no es un problema “de la democracia” como se nos dice desde el biopoder comunicacional, es un problema del sub-desarrollo, la dependencia y el imperialismo que somete a las fuerzas productivas nacionales. Si observamos la cuestión naval, la historia no fue siempre la misma: la Argentina tuvo un rol significativo importante a partir de la década del 1940 en el tráfico marino. Para 1946 la Marina Mercante Argentina tenía 117 unidades mayores de 1.000 TRB con un total de 488.000 TRB, para 1951 eran 198 unidades con un total 1.023.000 TRB. En 1960, por Ley 15.761 se creó ELMA (Empresa Líneas Marítimas Argentinas). A partir de esa fecha la marina mercante con bandera argentina comien-za a progresar notablemente en cantidad y tonelaje, llegando tener una flota de 192 barcos, entre estatales y privados, y movió hasta el 50% del comer-cio exterior local. Pero en la década de 1990, con la Ley de Reforma del Estado, las privati-zaciones neoliberales, la derogación de la Ley de Reserva de Cargas y el Fondo Nacional de la Marina Mercante, tendrán como consecuencia un cabotaje nacional muy deficiente, en general viejo, y con baja capa-cidad de transporte. Se crearon así las condiciones de la dependencia marítima nacio-nal que perduran vigentes hasta nuestros días.
Luego de la aprobación del Límite Exterior de la Plataforma Continental en las Naciones Unidas, la Argentina se hace poseedora de una plataforma marítima de 6.500.000 Km2 en cuya Zona Económica Exclusi-va abundan muchas de las especies que los países de alto desarrollo han agotado en sus propios caladeros. Nos encon-tramos ante un desafío de magnitud que nos debe desper-tar del letargo de país periférico, monoproductor, agro-ganadero y subdesarrollado que ha cre-cido “de espaldas al mar”. Para 2004 el 83% del comercio exte-rior argentino se desarrolló por vía marítima. En la actualidad, la incidencia total del trans-porte marítimo en el comercio exterior argentino ha crecido hasta superar el 90%. Nuestra relación comercial con el mun-do se lleva a cabo por el mar. Todo ello, en un contexto global de creciente interés por los espacios marítimos y sus recur-sos económicos por parte de las potencias imperialistas que controlan el 95,37% de la flota mundial.
Todas estas diferentes dimen-siones de la Argentina marítima deben ser consideradas además bajo la sombra oscura y mili-tarista del colonialismo britá-nico en el Atlántico Sur. La debilidad nacional en el mar, no puede ser tampoco cabalmente comprendida sin este condicio-nante geopolítico determinante: la Argentina posee el 33% de su territorio ocupado colonial-mente por una potencia militar. A contra mano de todas las resoluciones de Naciones Uni-das, el Reino Unido ha logrado la autosuficiencia económica de su colonia en Malvinas a tra-vés del otorgamiento de licencias para la explotación de recursos marinos vivos, proponiéndose además transformar el archipiélago en un territorio productor de hidrocarburos exportables.
Perder el ARA San Juan es una tragedia enorme. Por las vidas de esos marinos patriotas, pero también porque en el marco de la obsolescencia general de la Flota de Mar de la Armada, nos deja todavía más solos en la defensa de los intereses argentinos en el mar.
Las operaciones integraron todas las bases de la Armada en Tierra del Fuego, de modo que ningún ciudadano ni en Río Grande ni en Ushuaia pudo permanecer ajeno al despliegue militar. Sin embargo, alejada de los centros urbanos, más allá del Estrecho de Le Maire, se encuentra la Isla de los Estados (ubicada también a una distancia de 360 km de Malvinas). Allí, entre el 8 y 9 de Noviembre, se concentró la acción naval más importante, utilizando como blanco el antiguo Aviso Somellera (declarado fuera de servicio tiempo atrás), la Armada realizó varios lanzamientos de torpe-dos y misiles Exocet. Fuentes del Area Naval Austral asegu-ran que el submarino San Juan protagonizó varios de estos lanzamientos que culminaron en el hundimiento del ARA Somellera. Si esto posee alguna relación con su posterior desaparición, no lo sabemos, pero sin dudas algo tiene que ver con el secreto de Estado que la jueza Yáñez pidió recientemente levantar. Lo que sí sabemos, en cambio, es que horas después de Etapa Mar III, el Reino Unido anunció la inversión extraordinaria en Malvinas de 250 millones de euros en defensa, un numeroso paquete de recursos militares en el que sobresale la adquisición del sofisticado sistema anti-misiles israelí Sky Sabre (conocido como “el Domo de Hierro”) y la modernización del puerto de aguas profundas del complejo-fortaleza Mount Pleasant.
Los submarinos TR-1700 como el San Juan, son unidades de combate silentes y estratégicas con gran autonomía, pero en la era de la propulsión nuclear ya no son consideradas armas de frontera tecnológica. Con más de 30 años de servicio en la Armada, el San Juan fue encargado al astillero alemán Thyssen Nordseewerke como parte de un proyecto del tercer gobierno de Perón, que preten-día contar con una flota de 6 submarinos e incluía la instala-ción en Argentina de un astillero con las capacidades técnicas para la construcción de estos submarinos diesel. Lamentablemente, la vocación importadora neoliberal del golpe de Estado de 1976 sumada a las consecuencias de la Guerra del Atlántico Sur, el ambicioso proyecto fue cerrado para siempre con la adquisición del ARA San Juan en 1985.
La vergüenza de Acuerdos de Madrid firmados entre 1990-1995 y cuya letra contiene la claudicación nacional sobre el Atlántico Sur, son el marco de referencia desde donde debe-mos pensar ausencia total de una política oceánica nacional. El problema de las FFAA no es un problema “de la democracia” como se nos dice desde el biopoder comunicacional, es un problema del sub-desarrollo, la dependencia y el imperialismo que somete a las fuerzas productivas nacionales. Si observamos la cuestión naval, la historia no fue siempre la misma: la Argentina tuvo un rol significativo importante a partir de la década del 1940 en el tráfico marino. Para 1946 la Marina Mercante Argentina tenía 117 unidades mayores de 1.000 TRB con un total de 488.000 TRB, para 1951 eran 198 unidades con un total 1.023.000 TRB. En 1960, por Ley 15.761 se creó ELMA (Empresa Líneas Marítimas Argentinas). A partir de esa fecha la marina mercante con bandera argentina comien-za a progresar notablemente en cantidad y tonelaje, llegando tener una flota de 192 barcos, entre estatales y privados, y movió hasta el 50% del comer-cio exterior local. Pero en la década de 1990, con la Ley de Reforma del Estado, las privati-zaciones neoliberales, la derogación de la Ley de Reserva de Cargas y el Fondo Nacional de la Marina Mercante, tendrán como consecuencia un cabotaje nacional muy deficiente, en general viejo, y con baja capa-cidad de transporte. Se crearon así las condiciones de la dependencia marítima nacio-nal que perduran vigentes hasta nuestros días.
Luego de la aprobación del Límite Exterior de la Plataforma Continental en las Naciones Unidas, la Argentina se hace poseedora de una plataforma marítima de 6.500.000 Km2 en cuya Zona Económica Exclusi-va abundan muchas de las especies que los países de alto desarrollo han agotado en sus propios caladeros. Nos encon-tramos ante un desafío de magnitud que nos debe desper-tar del letargo de país periférico, monoproductor, agro-ganadero y subdesarrollado que ha cre-cido “de espaldas al mar”. Para 2004 el 83% del comercio exte-rior argentino se desarrolló por vía marítima. En la actualidad, la incidencia total del trans-porte marítimo en el comercio exterior argentino ha crecido hasta superar el 90%. Nuestra relación comercial con el mun-do se lleva a cabo por el mar. Todo ello, en un contexto global de creciente interés por los espacios marítimos y sus recur-sos económicos por parte de las potencias imperialistas que controlan el 95,37% de la flota mundial.
Todas estas diferentes dimen-siones de la Argentina marítima deben ser consideradas además bajo la sombra oscura y mili-tarista del colonialismo britá-nico en el Atlántico Sur. La debilidad nacional en el mar, no puede ser tampoco cabalmente comprendida sin este condicio-nante geopolítico determinante: la Argentina posee el 33% de su territorio ocupado colonial-mente por una potencia militar. A contra mano de todas las resoluciones de Naciones Uni-das, el Reino Unido ha logrado la autosuficiencia económica de su colonia en Malvinas a tra-vés del otorgamiento de licencias para la explotación de recursos marinos vivos, proponiéndose además transformar el archipiélago en un territorio productor de hidrocarburos exportables.
Perder el ARA San Juan es una tragedia enorme. Por las vidas de esos marinos patriotas, pero también porque en el marco de la obsolescencia general de la Flota de Mar de la Armada, nos deja todavía más solos en la defensa de los intereses argentinos en el mar.
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