Cuando entre 1890 y 1910 se extendía la red de ferrocarril en el país de la mano del modelo agroexportador, grandes empresas extranjeras (británicas y francesas) iniciaron las inversiones y obras necesarias para desarrollar el camino por el que se transportaría hacia los puertos gran parte de la producción agropecuaria de este suelo.
En ese momento, hubo fusión de empresas y las más grandes absorvieron a las más pequeñas: las ganancias declaradas se incrementaron cinco veces en ese período.
Más de un siglo después, por el carril no de hierro pero sí de fibra óptica, se transporta -instantáneamente- datos, contenidos y dinero.
Los cables cruzan los oceános y se complementan con los satelites para desarrollar la nueva infraestructura de este momento.
La lógica no ha cambiado. Sigue en manos privadas -ahora globales y financieras- gran parte de las inversiones en las telecomunicaciones. Es un nuevo patrón de acumulación, pero no deja -con lo novedoso de la cuarta revolución industrial- de acumular y construir nodos asimétricos de dependencia.
Eso es lo que nuevamente está en juego. Claro que la conectividad es hoy un insumo fundamental para la producción. Pero bajo la lógica de la acumulación, lo que se genera son redes que extraen de las comunidades su riqueza para centralizarse en otros nodos centrales.
Esto está en juego con la Ley de Convergencia impulsada por el Ejecutivo, que daría el toque final, para la hiperconcentración de los conglomerados de las infotelecomunicaciones. Y será la plataforma para que los principales actores de la acumulación financiera, tengan sus carriles listos, para exportar sus utilidades.