Cada vez parece más remota la idílica Utopía de Tomás Moro, es cierto. Las injusticias tienden a multiplicarse y la construcción de un mundo más inclusivo conlleva a desafíos enor- mes en todos los planos. Debemos pensar esta realidad, y transformarla, por supuesto. En fin, debemos hacer política, y en tiempos aciagos, recordarlo todo el tiempo. Entre muchos, organizados, debatiendo, actuando. Más aún en materia económica, por varios motivos. Cito apenas 2: 1) Porque la economía –de un país, de un individuo- condiciona las posibilidades de mejoras en aspectos claves –salud, educa- ción, cultura; en fin, bienestar general- 2) Porque suele presentarse como un conocimiento de carácter estrictamente técnico y ajeno al entendimiento del hombre de a pie, algo nada casual sino causal: es así como se concreta el dominio de una elite que desalienta el interés de las mayorías por un tema clave para su propio destino.
Hoy en día, millones de personas ven amenazada su situación económica. Y esto aconte- ce en un mundo que acelera la concentración de la riqueza y la multiplicación del despojo: apenas 5 individuos poseen la misma riqueza que la mitad más pobre del planeta. Indignante, sí, porque no se trata de pobreza sino de abundancia mal distribuida. ¿Por qué sucede? No por errores ni impericias de economistas o gobernantes, sino por la puesta en marcha de mecanismos específicos que aseguran tales resultados. Meca- nismos estos que se venden incluso como soluciones milagrosas: son los “espejitos de colores” del siglo XXI, que posibilitan a pocos llevarse todo a cambio de nada. Resulta urgente denunciar tales dispositivos. Pues hablemos entonces de las Lebac.
Mucho puede decirse de este particular instrumento financiero. Me limitaré apenas a resaltar un aspecto: su rol en la distribución regresiva del ingreso, que posibilita ricos foráneos cada vez más ricos a ex- pensas de compatriotas pobres que se multiplican. ¿Por qué?
Como bien señala A Zaiat, las Lebac habilitan el llamado “carry trade” sobre el peso argentino. Esto es, ingresar dólares para venderlos y con los pesos obtenidos comprar Lebac. Transcurrido cierto plazo, se adquieren más dólares con el capital y los jugosos intereses devengados por esa inversión especulativa en pesos. Y se retiran, llevándose parte del fruto del trabajo local, esquilando la riqueza nacional por vía de un mero artilugio financiero-jurídico. Enorme fuga de capitales, y de yapa, con vuelto.
Así, el Estado incrementa su deuda, y los intereses que abona paulatinamente ganan terreno en desmedro de áreas claves. Se desinvierte en salud, educación, ciencia, cobertura social. Todo, con efectos muy nocivos en el presente y mayormente, en un futuro mediato. Para entonces, las consolidadas ganancias de un selecto y minoritario grupo serán contemporáneas a la miseria creciente de mayorías desamparadas y a la sombra de un Estado desguarnecido e inerte. Sólo para dimensionar: entre el 15/12/2015 y el 30/06/2017 las Lebac devengaron 251 mil millones de pesos de intereses. En promedio, 460 millones por día. Muchos “jardines de infantes”, señor presidente.
Sin embargo, las Lebac representan apenas la piedra de una honda en el marco del complejo y potente arsenal que conforma el esquema neoliberal. La metáfora no es caprichosa. Detrás de cada guerra asoman los mezquinos intereses económicos de la elite mundial, y en el campo de batalla se disputa la política económica y el dominio cultural que habilitan el saqueo deshumanizado.