La agobiante realidad que experimentan miles de familias de Río Cuarto a la hora de encontrar un lugar para vivir es la parte viva de la estadística que se llama «déficit habitacional». La situación se torna definitivamente crítica cuando se ha llegado al punto en que no se sabe de dónde sacar dinero para pagar el alquiler: la desocupación y el trabajo precario expulsan a las familias no solo del consumo de bienes y servicios, sino también de sus casas. «Si la plata alcanzaba para poco, con la inflación y la crisis alcanza para mucho menos. Se hace tal cuello de botella que se llega al extremo donde hay que elegir: darle de comer a los hijos o pagar el alquiler. Es muy fácil saber qué va a elegir la gente», expresó Roberto Aguilera, delegado del ministerio de Desarrollo Social de la Provincia en el Centro Cívico de Río Cuarto.
Aguilera: A veces «hay que elegir: darle de comer a los hijos o pagar el alquiler»
El funcionario manifestó que «hoy se visibiliza más que antes las posibilidades de desalojo con las que viven las familias» y dijo que «la gente anda buscando algún espacio en casa de familiares, de los padres, se amontona en un patio o se vuelve a su pueblo aún sin trabajo, porque acá no tiene o vive de changas y allá le prestan una habitación». «Quien vive de prestado, muchas veces no puede elegir irse a su propio lugar porque no le alcanza», sentencia.
No saber cuándo
La identidad verdadera de la entrevista transcrita a continuación no la revelaremos: por temor, por cuidarse y cuidar a las valientes involucradas que prestaron testimonio. Porque esta es tan solo una de tantísimas historias de imposibilidad, dignidad y lucha que podríamos compartir y que forman la helada estadística que dice que en Río Cuarto alrededor de 6900 familias viven «de prestado» -pagando impuestos o gratuitamente-, ocupando de hecho el lugar donde viven o haciéndose su vivienda en un terreno cedido de manera precaria por algún conocido o familiar.
En este caso, son tres familias viviendo en el mismo lote: dos comparten la vivienda de adelante y una habita la piecita al fondo del patio. Es allí donde nos reciben Estela (40) y su hija Juli (23) con unos mates dulces. Sobre nuestras cabezas, unas chapas apoyadas entre sí, sin aislación y atadas a tirantes de madera cierran -apenas- lo que sería el comedor diario con una mesa y una segunda habitación. No hay ventanas pero el aire circula igual por las hendijas. «Acá estamos de prestado desde hace 9 años. Nos dieron la piecita a cambio de que mi marido limpie el terreno y cuide, era un monte esto, estaba todo abandonado», dice Estela. El «problema» es que el dueño que mantenía el acuerdo con ellos murió y es la hora de repartir la herencia: «tienen otras propiedades y con eso se han conformado, pero vivimos con miedo de que nos saquen en cualquier momento y no nos alcanza para ir a ningún lado con todo lo que piden las inmobiliarias de garantías y el precio de los alquileres«, dice Estela.
La familia
La familia de Estela está integrada por ella, su esposo (47), la hija mayor de ella (Juli) y el hijo de ambos, de 8 años. Él, por su parte, tiene dos hijos más que viven con su ex esposa; ella otros dos más también.
Estela hizo hasta segundo año del secundario y ha cuidado ancianos, limpiado casas pero «no te valoran», «te pagan lo que quieren»; su esposo, tiene el primario completo y es empleado de comercio. Entre casas prestadas y alquileres transcurrieron los años de ambos antes de llegar aquí.
«Yo acá no puedo
edificar nada. Si pongo
un ladrillo no puedo llevármelo después»
La hija mayor de Estela empezó en la Universidad Enfermería y Educación Inicial. Tuvo una beca universitaria pero la perdió porque no cumplió con el rendimiento exigido: «para ayudar en la casa y sostener mis estudios trabajaba en el kiosco de la uni, en una rotisería, cuidando chicos. Por ahí no coincidían los horarios y tenía que faltar a clase», dice Juli. También trabajó en una heladería, en una panchería en el centro, siempre «en negro». Con un Primer Paso, en una librería. «Entré en blanco en la cocina de una clínica, pero quedé embarazada, con un embarazo que me está trayendo complicaciones de salud, tuve pérdidas, me internaron y tuve que dejar el trabajo finalmente», explica. El papá del niño en camino «se borró». Ahora, «a tener mi hijo y después terminar Educación Inicial», proyecta.
¿Cómo mejorar?
«Acá todo se pone negro de humedad. Uno limpia, pasa lavandina, pero sigue saliendo siempre», comenta Estela. Sería imposible pensar que fuese de otra manera, sobre todo con las lluvias que últimamente arrecian la ciudad. «Mi hijo de 8 años gracias a Dios hace un tiempo que no se enferma pero lo tuve mucho tiempo con broncoespasmos por la humedad». El frío, el calor, las heladas, la lluvia, completan el panorama habitacional, son parte de la casa. «Yo acá no puedo edificar nada. Si pongo un ladrillo no puedo llevármelo después», dice Estela. «Para mejorar necesitaríamos un terreno a pagar o una casa, que no me regalen nada, pero que me den la posibilidad de ir a vivir al nuevo lugar y empezar con las cuotas», explica. «Nos ofrecieron unos lotes de AGEC en Higueras pero había que tener $100 mil y pagar $5 mil mensuales. Y eso solo por la tierra, sin contar nada de la casa. Se nos hace imposible. Acá vivimos el día a día. A veces, si sobró algo de ayer, se calienta hoy, y a la noche tomamos mate», relata.
«Participamos de todas las reuniones de la Asociación de Inquilinos, queremos empujar con otros vecinos por algo nuestro», señala Estela, haciendo del futuro un grito de esperanza.