No fue el gobierno de Mauricio Macri quien fragmentó como si fueran cosas diferentes, lo que ocurre en el Banco Central de la República Argentina (BCRA) y lo que le pasa a cualquier vecino que no puede pagar su factura de gas.
Es anterior, histórico y estructural el triunfo de una concepción donde pareciera que las utilidades de las grandes empresas -radicadas en este suelo- no tuvieran nada que ver con el trabajo de los vecinos de a pie.
Lo que ha hecho este gobierno es ir al fondo. Pero no solo el Fondo Monetario Internacional (FMI) sino, más bien agudizar esta perspectiva en donde pareciera que aún le queda a los argentinos hacer el último esfuerzo.
El mismo día que los fondos norteamericanos de inversión compraban bonos en el país a una tasa de interés del 20 por ciento y el Banco Central renovaba a un 40 por ciento las letras (LEBAC), el presidente decía que las tarifas no eran tan caras.
Por caso, ¿de donde sale el dinero con el que incluso los bancos públicos compraron Lebac?
Vaya si no es irónica, pero efectiva, esta naturalización social donde algunos acumulan como nunca lo que otros nunca llegarán a tener en toda su vida.
No es solo desigualdad. Es fundamentalmente un consenso que el capital financiero global necesita para profundizar su aguda intensidad de acumulación y sortear una nueva crisis que él mismo ha orginado.
Ya no se tratan de la buena o mala administración de las reglas de juego. Más bien para unir lo que hace siglos algunos han separado por imposición: no hay ninguna posibilidad de riqueza sin trabajadores. Parece simple, pero aún cala ondo esta perspectiva que sigue separándonos de aquellos que siempre fue, es y será nuestro.