El escándalo por los aportantes truchos a las campañas electorales de Cambiemos de 2015 y 2017 –tanto la local en la provincia de Buenos Aires como la presidencial- trae de vuelta el tema del manejo de datos sensibles de las personas en manos de funcionarios que no sólo pueden manipularlos con fines electorales sino también para perjudicar a un adversario, aún dentro de una misma coalición gobernante.
Se denomina Big Data al conjunto de datos masivos que en combinación con procesos de inteligencia artificial pueden llegar de manera personalizada al objetivo de la maniobra, aún sin autorización del afectado, como esos miles de beneficiarios de planes sociales a los que Cambiemos les robó su identidad para justificar el dinero de campaña, pero también para afiliarlos al PRO sin su consentimiento.
Víctimas de los efectos nocivos de las políticas del gobierno de Mauricio Macri que les impactan directamente, estas personas viven en carne propia lo que el Big Data y una nueva organización burocrática estatal puede hacer con ellos: no sólo sumergirlos en la pobreza sino también usarlos para influir en una elección o en la agenda mediática que pueda tapar aquellas consecuencias casi irreparables sobre el tejido social argentino.
«Un universo construido con algoritmos que permita aventurar exactamente el comportamiento electoral de un ciudadano o sus decisiones de compra como consumidor».
El encanto por la precisión del impacto publicitario da paso ahora a un dispositivo que por ya conocido –recordar el escándalo en Estados Unidos con los datos de Facebook- no deja de ser inquietante, por sus alcances sin escrúpulos, en un mundo hiperconectado, que cuenta con el favor y la tarea gratuita de millones de usuarios no sólo dispuestos a facilitar el acceso a sus datos más íntimos sino también a reproducir contenidos sin mayor chequeo y producir contenidos que los gigantes del Big Data (Google, Facebook, Twitter, Microsoft, Apple, Netflix) pueden usar a discreción.
Esa Gran Información luego llega a los gobiernos y estos retribuyan ese servicio con una cada vez más abundante pauta oficial en redes sociales. Pero, además, quien maneja el Estado la cruza y complementa con los datos propios: Anses, Afip, Afi, Rentas. Por una decisión de la actual administración nacional, la que concentra semejante cúmulo de datos es la Jefatura de Gabinete, de la que también depende la distribución de la publicidad oficial.
Atrás pueden quedar las encuestas con muestras poco representativas del territorio si la manipulación de la Big Data también sabe reconocer sus propios sesgos, no menores. Pero es irresistible pensar que es posible averiguar rápidamente, a través de las redes sociales de un grupo a analizar, sus intereses, hora precisa de conexión, interacciones habituales, consumos culturales, preferencias políticas, orientaciones ideológicas, y cruzar proyecciones con respecto a las próximas elecciones.
Un universo construido con algoritmos que permita aventurar exactamente el comportamiento electoral de un ciudadano o sus decisiones de compra como consumidor. ¿Cómo impactan las fotos y los videos de casas mal construidas que viajan por WhatsApp a pesar de que los medios tradicionales se niegan a mostrarlas debido a que ellos también –y desde mucho antes que las redes sociales- reciben la millonaria pauta oficial que desalienta la cobertura de la bronca social?
El deshilachado tejido social argentino –agredido por sueldos a la baja, inflación alta, constantes devaluaciones, creciente desempleo y miedo a perder el empleo- se complejiza en procesos multiplataforma que sirven de soporte de intersubjetividades que esperan ser encontradas en la urgencia de sus necesidades por políticas públicas que tiendan a reparar a aquél, en un marco biopolítico cada vez más enraizado.
La espera puede ser larga. Más si el funcionario sólo sabe responder que la humedad que carcome las paredes y los techos de esas viviendas del plan municipal se debe a que las mismas no son habitadas, a pesar de que lo escucha de la voz engripada del propio vecino, al que le llegará a su celular el último spot publicitario gubernamental, mientras espera escuchar una canción aliciente en Spotify.
Más tarde prenderá la tele, que le hablará de pseudo doctores que versan sobre el HIV y la porcelana, o le presentará un aceitado debate sobre el regreso de las Fuerzas Armadas a tareas de seguridad interior. Y se entregará a los consejos de los auspiciantes, muchos de los que no verá al costado de su pantalla cuando ingrese a Internet. Se preguntará por qué. Algún día, esa respuesta (y otras) lo encenderá.
Por Sergio Villone,
Lic. en Comunicación. Periodista y docente
Comentarios 1