La deuda -desde el préstamo que el Baring Brothers de Inglaterra le otorgó a Rivadavia en 1824- ha sido uno de los mecanismos para ejercer poder. Ninguna novedad -casi- en un momento en el que la fase financiera del capital, tiene una hegemonía nunca vista.
No se trata de analizar si es el huevo o la gallina. Pero es el endeudamiento la forma en la que un organismo internacional (FMI) o el sistema bancario o los fondos de inversión, pueden condicionar una iniciativa política.
No es casual que el último acuerdo con el FMI tenga coincidencias temporales con el anuncio con la licitación del Mar Argentino para la exploración de los hidrocarburos. El mismo en donde aún se buscan los 44 soldados del submarino ARA San Juan, desaparecido en noviembre del año pasado.
Ya no es ningún descubrimiento el interés que los centros económicos globales tienen por los recursos naturales que cuenta el país. Lo llamativo es el poco margen que le queda a la propia sociedad que tiene que lidiar -cada vez más- con dificultades para llegar a fin de mes, mientras las grandes trasnacionales siguen obteniendo grandes utilidades, al tiempo que proyectan nuevos planes de ampliación de esas ganancias: petróleo, litio, gas, productos primarios, etc.
La forma financiera del capital que hoy manda, necesita la explotación de los recursos naturales para poder seguir renovando su existencia en el tiempo.
La soberanía ya no puede ser como la concebíamos tiempo atrás bajo una forma institucional y jurídica. Más bien, debe llenarse de sociedad, trabajadores, sectores que le den una composición popular para que justamente exista una posibilidad de poder. Es que si no, quedaremos en la denuncia o la crítica de como avanza la película de un saqueo sistemático, planificado e inédito.