El gran beneficio que el capital financiero tuvo en las últimas décadas en general, y en los últimos años en particular -con el gobierno de Cambiemos-, no es sinónimo de la mala voluntad de los empresarios ni de la mala administración de los gobiernos.
Es la lógica sistémica de acumulación con la que se rige el propio sistema productivo vigente. Porque aunque pareciera que nada tiene que ver lo financiero con la propia actividad productiva, es justamente la fuente de riqueza (el trabajo y la producción) la que sigue generando lo que este modo de acumulación se lleva para sus molinos.
Mientras la actividad industrial cae y la capacidad instalada también, las tasas de las letras aumentan y benefician a los que la ponen en la timba. Ya es reconocido por gran parte de los sectores de pequeña escala que los grandes grupos económicos ponen la plata a corto plazo en interés financiero, mientras patean los pagos en eslabones más pequeños. Esto es el “corte de la cadena de pagos” que denuncia la UIA. Lo que se oculta, en realidad, es que esa ruptura es parte de un proceso de acumulación.
Incluso estas tendencias son transversales a los partidos políticos, que ahora pretenden regular los alquileres. Es tan paupérrimo el poder adquisitivo de los trabajadores que si el propio sistema no baja los costos, se hace imposible que la rueda funcione.
Por eso no hay regulación o sistema jurídico que pueda dar con estas tendencias estructurales. Terminan siendo parches o ambulancias de un sistema que no para de acumular.
Y no puede ser la reacción una sola denuncia valorativa del deber ser de estos comportamientos. La salida, en todo caso, debe contemplar la dimensión del problema. O se comprende todo para cambiar todo, o se observa algo para no cambiar nada.