Son contrarios no solo porque están en polos diferentes, sino porque fundamentalmente mantienen una unidad. Podría decirse que cada polo tiene su razón de ser en el otro que se opone.
Oficialismo y oposición -en cualquier escala- son parte de una misma unidad de poder, de cosmovisión, de concepción. La aprobación del boleto urbano de pasajeros es un ejemplo concreto y palpable. Levantan la mano para su aprobación los que durante 12 años la mantuvieron baja. La mantienen baja quiénes durante 12 años aprobaron cada aumento que pasaba. La misma fuerza que aprueba el aumento en Córdoba capital y la oposición peronista que se le opone, pero que en Río Cuarto lo aprueba. También se unen para votar el presupuesto a nivel nacional que pidió el Fondo Monetario Internacional (FMI).
¿Alguien puso en discusión el acceso de la comunidad a un servicio público que le pertenece?
Aparecen las diferencias como chicanas, se pelean para salir en los set televisivos y hablan de una coherencia autoreferencial que ya nadie la puede comprender.
Siguen, de un lado o del otro de la banca, mientras pasan los años. Y no son del 80 por ciento de los asalariados que no llegan a cubrir sus necesidades básicas.
Aparecen en oposiciones políticas pero mantienen una unidad. La de defender la institucionalidad cuando la misma no defiende casi ya ningún interés de la mayoría de la sociedad.
La situación es crítica porque lo que está en juego no son los contrarios de lo mismo, sino el propio sistema de relaciones, representaciones, mediaciones. Por eso entre contrarios se necesitan y procuran mantenerse en el tiempo para que nada cambie.