Argentina es una pieza más del rompe cabezas que se están disputando en todos los rincones del planeta. Le toca ahora ser la anfitriona de los líderes de los 20 Estados más poderosos del planeta, junto a otras entidades como el Fondo Monetario Internacional (FMI).
En las calles, frente al despligue militar y policial, las organizaciones del pueblo reclaman por comida, trabajo y repudian las políticas de endeudamiento que impulsa el gobierno nacional.
No es el problema -para el conjunto social- que el G20 se realice en Argentina o que nuestro país sea parte del mismo. Más bien, el problema estuvo en creer que el ingreso al estatus quo global nos iba dar márgenes de soberanía. Fue cuando ingresamos -aún con gobierno nacional y popular allá por 2014- al mercado de capitales e hicimos alarde de pagarle al Club de París. Denunciamos un capitalismo financiero y propusimos un capitalismo serio. ¿Cómo sería? ¿Uno donde no haya tantos explotadores ni explotados?
Fue cuando pusimos por encima el profesionalismo de la política por la militancia del pueblo y llenamos con datos y tecnicismos la organización social. Fue también cuando preferimos que cada país de Sudamérica -por separado- reclame lo suyo. Fue cuando el proyecto de un banco del sur regional se caía, y aumentaba la radicalidad de discursos.
Fue cuando dejamos de ser pueblo, trabajador, fábrica, calle, barrio, plaza, comedor y en cambio pretendimos resolver desde una gestión que miraba de arriba.
Por eso ahora, frente a los barcos militares norteamericanos y chinos en el Río de la Plata, vemos que sin poder desde abajo, no es posible ni siquiera permanecer. Y brota la solidaridad, como un manantial, que recorre la necesidad de pensar que el problema tiene solución: somos nosotros.