Al calor de las novedades técnicas, el proceso de centralización en ese primer segmento del régimen productivo, no se detiene.
El sistema no hizo nada extraordinario aun cuando parezca sorprendente frente a nuestro modo de concebirlo y comprenderlo. Basado en el régimen de producción -que es régimen y no solo un entramado industrial y de servicios, justamente porque delimita las relaciones de propiedad-, evolucionó lógicamente según sus propias reglas: exportó capitales a otros mercados y los desarrolló, desarrolló nuevas tecnologías que achican los tiempos de producción y hacen que haya más ciclos de producción por unidad de tiempo, aceleró la rotación de capitales de modo de financiar más ciclos productivos con iguales unidades de dinero, achicó la participación del salario por unidad producida, incorporó, además, el salario de los trabajadores también como re-inversión productiva (fondos de pensión y capitales de riesgo), expandió el mercado involucrando mayor cantidad de personas, no solo en el consumo sino en los flujos de crédito-inversión.
Es decir, expandió las relaciones propiamente capitalistas a toda la superficie del globo y convirtió la jornada de trabajo de aquellas 8 horas del modo de producción industrial a las 24 horas de cada uno de los 365 días del calendario.
La actualidad está atravesada por estos cambios profundos pero la política sigue presa de su saco viejo disputando entre -y por- la restauración de viejos contrarios ya agotados, ya saturados.
Entre lo bueno y lo malo de nuestra historia, emerge una gobernanza superior que disciplina, basada justamente en la liquidación paulatina de esas viejas formas organizativas -económicas e institucionales- anteriores.
Y pone a prueba -o expone-, así, la ecuación fundamental: ¿cuál es el papel del trabajo vivo en el nuevo régimen que quiere nacer enterrando al anterior? Es decir, ¿que papel van a jugar las personas en la nueva relación social fundamental?
El problema es solo uno: cómo se organiza la lucha en estas condiciones objetivas críticas para convertirlas en una situación que nos sea favorable. Porque de otra manera, el cambio de paradigma en sí mismo, no se constituye en un tipo de problema diferente a los ya tradicionales, a los mismos con los que ya azota y se impone el actual régimen de producción y dominación.