París, 23 de abril de 2019.- Hoy acompañamos la marcha de los Chalecos Amarillos en París. Los esperamos en la Plaza de la Bastilla. Comenzaron a llegar las columnas. Cada entrada en la plaza se acompañó con gritos de salutación y de unidad, de mucha unidad, todos cantaban las mismas palabras. Nos sentimos como en aquellas recordadas manifestaciones de 2001 en Buenos Aires. Por todo el cuerpo nos recorrió el temblor de la comunalidad. El mundo es diverso, la desgracia y el flujo social son unificadores.
«Se quema el techo de la catedral y los patrones ponen millones; nosotros somos millones sin techo, y ningún patrón pone nada».
Después de caminar algunas cuadras comenzamos a ver la diversidad de las personas que marchaban. Una señora con chaleco amarillo había escrito en su espalda, con marcador negro: «Se quema el techo de la catedral y los patrones ponen millones; nosotros somos millones sin techo, y ningún patrón pone nada». Las vestimentas eran muy diversas, muy particulares en cada persona. Un hombre estaba vestido como vikingo. Otro pequeño grupo vestía absolutamente de blanco: zapatillas, pantalones, chaqueta, gorros, antifaces y anteojeras blancas, y bolsos blancos. Permanecimos relativamente cercanos a las columnas hasta que nuestra marcha fue obstruida por detrás por la gendarmería, estilo robocop. Unos diez autobuses de la gendarmería, a la que se sumó policía, no nos permitían retroceder. Aunque la manifestación se extendió a lo largo de muchas cuadras. Al parecer, por delante también hubo un operativo similar. Después comenzaron los gases lacrimógenos. Hacia la delantera de la columna vimos una humareda negra, hacia atrás, una especie de nebulosa generada por los gases. Fue cuando una joven, que integraba el grupo de los que vestían de blanco, se acercó a nosotros, nos dijo: «comenzó la represión, ya llegan los gases», y nos entregó unas máscaras protectoras y gotas para los ojos. Eran un grupo del cuerpo de primeros auxilios. En medio de los gases pudimos seguir viviendo la diversidad. Un hombre se pintó en la espalda: «Comuna de París 1871/2019»; en otra espalda se podía leer: «Ellos son ricos de nuestra miseria». Otro: «En huelga por nuestros niños». Y otro más: «El pueblo revienta y los ricos engordan». Todos reunían nuestra diversidad, apuntando hacia el mayor responsable, el capitalismo.
Un poco antes, mientras esperábamos que arribe la marcha a la Bastilla, Marita le pidió prestado el chaleco amarillo a uno de dos jóvenes para tomarse una foto. Entonces se desarrolló un diálogo entre un joven chaleco amarillo y nosotros, veteranos del 2001. Nos preguntaron: ¿Quiénes son? ¿de dónde vienen? ¿por qué vienen aquí a apoyarnos? Les contamos de nuestra esperanza durante el 2001 argentino y de nuestra esperanza actual en los Chalecos Amarillos. Conocían algunas cosas del 2001 en Argentina, eso nos sorprendió. Después nos hicieron la pregunta del millón: ¿Y después de 2001, que pasó? Les contamos del retroceso de la lucha y de las medidas de cooptación por el Estado mediante los planes sociales, del encierro de la lucha insumisa en la representación y las elecciones; de la bancarización del populismo, que continúa ahora con Macri. Siguieron preguntando: ¿Y por qué pudieron hacer eso? ¿Qué faltó? Reflexionamos sobre eso: inmadurez, debilidad de los agrupamientos, falta de acompañamiento del movimiento obrero instituciona-lizado y de los partidos de izquierda, etcétera. Tal vez el gran problema fue el aislamiento de las luchas y también, seguramente, que hay que organizarse más y más horizontalmente. También porque tenemos que pensar en los ejemplos de lucha propios, como el de la Comuna de París, que vivió sin la explotación por medio del trabajo alienado durante los setenta y dos días, en una ciudad como París, de más de un millón de habitantes, y que cayó asesinada por el ejército republicano francés apoyado por el de Prusia, con una masacre de cincuenta mil comuneros muertos y fusilados, además de cientos de miles de exiliados, en gran parte mujeres.
De repente apareció un grupo que cantaba en coro: «¿La rue est a quí? ¿A Macron?». «¡No ¿ c´est pas a lui, pas a lui!». («¿De quién es la calle? ¿De Macron? ¡No! ¡es nuestra!»).
Entonces recordamos que durante la rebeldía de diciembre de 2001, todos los viernes a la tardecita marchábamos en Buenos Aires, desde la esquina de Acoyte y Rivadavia hacia la Plaza de Mayo, bajo un solo grito: ¡Que se vayan todos! Con uno de nuestros amigos éramos de los primeros en llegar a la esquina y comenzar a cortar el tránsito. Los conductores de automóviles nos saludaban amablemente y desviaban, primero por Ambrosetti, luego por Campichuelo, Yatay y otras calles, a medida que se juntaba la multitud y se comenzaba a marchar. Un día apareció un policía y pensamos: «ahora tenemos un kilombo porque no le vamos a aflojar»; pero cuando llegó a nuestro lado nos dijo «Señores, ¿puedo ayudar? ¿Quieren que me vaya corriendo hasta Campichuelo y desvíe el tránsito?» Nos miramos como diciéndonos «¿Le damos permiso?» Y al unísono dijimos: «Como no, agente, proceda». El policía fue corriendo a detener el tránsito, con una mano se sostenía la gorra y con otra la cartuchera. Nuestro amigo dijo: ¿Te das cuenta que la calle es nuestra? No es el Estado el que da las órdenes, sino nosotros.» Aquellos fueron días de destellos de dignidad, de disolución del poder estructurado. Hoy en París, mientras escuchábamos a las personas cantar: «la calle está aquí y es nuestra», recordamos aquellos días de 2001, como si fuera un eco resonante. También pensamos en aquellas palabras de Karl Marx cuando escribió que el objetivo del comunismo es lograr «la dignidad y la autodeterminación para el trabajo y el trabajador». Y también recor-damos el diálogo entre Louise Michel, vestida con el uniforme de la Guardia Nacional y otro comunero, mientras, con el fusil al hombro custodiaban una de las barricadas defensivas, durante los últimos días de la Comuna de París.
La vida nos entrega destellos que iluminan las oscuras escenas de miseria y hambre del capitalismo, destellos que un día podrán dar un salto adelante y harán posible la construcción de otro mundo, no capitalista, en el que quepan muchos mundos. Estos destellos que-marán los dioses de la cúpula capitalista como el lunes se quemó la cúpula de la catedral de Notre Dame. Este sábado, las calles de París iluminaron el día, y sus ecos, la noche.