Hace tiempo ya que el espacio de la política es dirigido por la propia lógica del mercado. Pero quizás en la actual situación extrema, se visibilice con mayor claridad este reemplazo casi total de la política como lugar de la militancia de proyectos por una basada en slogans y ofertas de candidatos cual góndolas de supermercado. No se trata solo de una denuncia valorativa o de la negación de algo que inevitablemente ocurre, cada dos y cuatro años, pues es cierto que existen allí disputas de candidatos y partidos. Habría que preguntarse qué hay detrás en términos cualitativos más allá de oponentes que debaten casi una misma agenda. Podría compararse incluso al llamamiento de consenso propuesto por Mauricio Macri: algunos opositores critican algunos de los puntos pero, al parecer, todos están dispuestos a acordarlos ante la crisis general.
Más allá de los dimes y diretes, aún siguen sin debatirse los padecimientos estructurales de nuestra sociedad, que aún ningún gobierno -desde la vuelta de la democracia- ha podido resolver.
Claro que quien mejor lo ha llevado adelante es el mercado que no es sino el capital privado hoy con alto componente financiero y de escala global.
¿Qué está resolviendo en términos concretos de la mayoría de la sociedad, este sistema elegido por el propio pueblo? Quizás, como decía el escritor Jorge Borges, «la democracia es una superstición». Mientras tanto, esa definición sobre la democracia como el gobierno del pueblo, sigue estando relegada y secundada en las agendas de turno. La situación crítica es también un momento para pasar a la acción y convertir esas creencias democráticas en realidad democrática: un verdadero proceso participativo.