En un escenario con similitudes a la crisis de 2001, como consecuencia de la aplicación del programa de neoliberalismo periférico, la fórmula Fernández-Fernández parece reflejar la necesidad de transitar una etapa como la de 2002-2003-2007: vuelta al crecimiento y puesta en marcha del aparato productivo, defensa de determinados intereses nacionales elementales y, sobre todo, frenar la destrucción y el proceso de periferización de la Argentina (pérdida de complejidad económica, especialización primaria exportadora, desindustrialización, destrucción del sistema científico-tecnológico, etc).
La figura de CFK a partir de su historia y de una apertura política más allá de su núcleo político, en la que logró seducir a sectores por “izquierda” (como Pino Solanas, Grabois/Patria Grande, Victoria Donda, Claudio Lozano, Víctor De Gennaro), se fue posicionando como la principal expresión política-electoral de la oposición. Y también, por ese camino, como primera candidata del entramado popular que a partir de diciembre de 2017 se forjó con el estallido provocado por la reforma previsional y, luego, la resistencia al shock devaluador. Allí emergió un sujeto popular a nivel político-gremial, mediante la unidad en la lucha contra las políticas de ajuste del gobierno, en donde confluyeron la CGT-Moyano, la Corriente Federal de los Trabajadores-CGT, otras expresiones de la CGT, las dos CTA, la CTEP junto a las organizaciones sociales de desocupados y de la economía popular y otros sectores. Unidad que no se tradujo en lo político estratégico, mediante un programa común que articule una fuerza político social.
A estos sectores también hay que agregar, de forma transversal, el movimiento de sectores católicos influenciados por Francisco y el movimiento de mujeres anti-neoliberal. También las capas medias progresistas, base social fundamental del “cristinismo puro”.
Alberto Fernández posibilitaría quebrar uno de los límites que tenía Cristina en el armado del “frente patriótico” para enfrentar al proyecto financiero neoliberal: sumar a los llamados sectores de la producción, fundamentalmente de la pequeña y mediana burguesía industrial y agraria, y a algunos grandes grupos empresariales nacionales (pertenecientes al llamado “círculo rojo”). Todos ellos vienen muy golpeados por la destrucción del mercado interno y desindustrialización, participando en muchos casos de distintas protestas y pronunciamientos, e incluso legitimando las últimas acciones de los trabajadores. Pero manteniendo resistencias o directamente un rechazo a CFK como salida política.
Alberto Fernández posibilitaría quebrar uno de los límites que tenía Cristina en el armado del “frente patriótico” para enfrentar al proyecto financiero neoliberal: sumar a los llamados sectores de la producción, fundamentalmente de la pequeña y mediana burguesía industrial y agraria, y a algunos grandes grupos empresariales nacionales (pertenecientes al llamado “círculo rojo”).
Otros de los actores fundamentales que también presentaban esos resquemores, era el peronismo de las provincias. La figura de Alberto Fernández facilitaría su incorporación.
También es una figura política que podría tener una mirada menos agresiva del gobierno de EEUU y de las fuerzas dominantes de Occidente, además de contar con vínculos con las fuerzas globalistas y las corrientes liberales-progresistas al estilo Tercera Vía de EEUU y Europa, al igual que Cristina (pero ella tiene mayor desgaste y son más reticentes por los vínculos con China y Rusia de la última etapa del kirchnerismo, en su apuesta a la multipolaridad). Ello daría mayor margen de gobernabilidad, ante un gobierno estadounidense desesperado por recuperar su hegemonía en el patio trasero.
Venimos sosteniendo que desde fines de 2017 y, sobre todo, luego del brutal ajuste vía devaluación existían tres escenarios, con variantes dentro de los mismos: A) continuidad del proyecto financiero neoliberal (periférico), B) transición, entre el neoliberalismo en crisis y un neodesarrollismo emergente (medidas a favor de la producción, recuperar el mercado interno, renegociar la deuda, etc.), C) emergencia de un proyecto nacional popular que pueda superar los cuellos de botella de la última etapa del kirchnerismo. Hasta hace unos meses se mantuvo un escenario A, aunque con creciente desgaste y descomposición.
La definición del escenario dominante en 2019 depende, entre otras cuestiones, de la articulación/desarticulación de lo que expresa políticamente la ALIANZA CAMBIEMOS y del campo nacional popular. Ello a su vez está en relación a la profundidad que alcance la crisis económico-social y de la situación regional e internacional que imponen ciertos márgenes de maniobra.
La fenomenal recesión con alta inflación y la conducción del gobierno por parte del ala financiera transnacional, sus corporaciones y el FMI, junto al sector político llamado PRO puro (Macri, Marcos Peña, Durán Barba), está produciendo desde hace un año una crisis cada vez más profunda en la articulación político-social expresada por la ALIANZA CAMBIEMOS.
A nivel económico, se va resquebrajando el círculo rojo, especialmente porque la fracción de grupos económicos locales industriales se ven golpeados. Las crecientes críticas de la UIA así lo reflejan. De ahí para abajo, casi la totalidad de los sectores productivos se oponen a la política del gobierno.
A nivel político, tanto la UCR CAMBIEMOS, como PJ Cambiemos y la Coalición Cívica vienen con crecientes manifestaciones de descontento proponiendo nuevos esquemas de poder y candidaturas, y ya se empiezan a ver desgranamientos. Estas fisuras se expresan también en el sistema de medios oficialistas y en el Poder Judicial.
Si el escenario A1 es la continuidad de la ALIANZA CAMBIEMOS tal como está configurada en la actualidad, el A2 significa reconfigurar la relación de poder dentro de esa alianza, cediendo más espacios a las fracciones descontentas del círculo rojo y con un cambio en la cabeza a través de Vidal (más Larreta, Frigerio, Monzó, etc). Wall Street, Londres y La “Embajada”, con la conducción americanista-nacionalista de Trump y el FMI, están jugados al escenario A1, aunque ya hayan puesto sobre la mesa el “plan V” (A2) en caso de extrema necesidad.
En el desarrollo de la crisis, aparece Lavagna, como parte de una transición (escenario B). Cuadro que a nivel económico expresó en 2002 la política del Movimiento Productivo Argentino encabezado por Duhalde, Raúl Alfonsín y el FREPASO junto a la UIA y los grupos económicos locales, estableciendo alianzas con algunos sectores populares y la bendición de la Pastoral Social de la Iglesia. Tanto en la crisis de hace 18 años atrás como en la actualidad, Lavagna es la salida “productivista” de importantes fracciones del círculo rojo, como Techint. Su neodesarrollismo “anti-populista” cierra a sectores del PJ, la UCR y el socialismo, pero carece de volumen político. Junto con la Alternativa Federal y el massismo, intentan construir la llamada avenida del medio aunque, estos últimos, en plenas negociaciones luego de la conmoción de la fórmula F-F.
Este escenario B, de transición neodesarrollista tiene dos variantes: sin el kirchnerismo, en una versión más conservadora (B1), y con el kirchnerismo, en una versión más “progresista” y con una mayor apertura popular (B2).
Sin lugar a dudas, la fórmula F-F contribuye a una salida hacia el escenario B2, una confluencia entre neodesarrollismo y progresismo, conteniendo a un conjunto mayoritario de actores populares. Ello puede devenir en un nuevo cambio de tendencia y abrir las posibilidades para avanzar en el tercer escenario que mencionábamos, hoy todavía lejano ante el estado de situación existente.
Además de resultar un golpe político para Alternativa Federal y ese tipo de expresiones, la fórmula F-F debilita la estrategia del macrismo duro: exacerbar la antinomia Macri vs Cristina y exacerbar el anti cristinismo emocional para evitar toda discusión económica y social, para evitar discutir proyectos estratégicos de país y encerrar el debate en la “corrupción”, con CFK sentada en el banquillo de los acusados.
Un cambio en Argentina puede modificar el escenario de transición en América Latina, que se encuentra tensionado por la batalla entre polos de poder a nivel mundial y con tendencias contrastantes: desde un Bolsonaro ultra-neoliberal y pseudo fascista que no logra hacer pie en Brasil, hasta un emergente popular como López Obrador en México, que junto al gobierno de Uruguay y otros países (y potencias de Eurasia) frenaron la apuesta intervencionista de EEUU en Venezuela.
Una América Latina que busca actualizar y relanzar una posición propia en el mundo multipolar, rearticulando las voluntades nacionales-populares para evitar seguir retrocediendo en un proceso de periferización acelerada.