El Fondo Monetario Internacional (FMI) es el prestamista de último término. Siempre se recurre a él con un solo fin: como garantía para el resto de los acreedores de que va a haber plata para pagarles. Eso es sencillamente lo que ocurrió en estos años.
El gobierno no malgastó la plata o no se equivocó al usarla sino que la usó para lo que la había pedido: te endeudás con el FMI para cubrir la deuda con los otros «inversores».
Cubierto los primeros, reestructurar lo que le debés al FMI pasa a ser un problema de todos los argentinos. Así opera el capital: hace pasar como problema de todos lo que no es sino su interés privado de acumulación y multiplicación de sus rentas.
Radicalizar una situación es eso: llevarte a un escenario en el que terminás estando de acuerdo porque no queda otra. No tiene que ver con la forma o con la acción violenta sino con la coacción, con imposición de condiciones ajenas y el sometimiento de todos a esa nueva circunstancia.
El llamado a cuidar las instituciones no es más que la forma diplomática y discursiva de validar ese mecanismo. El republicanismo y democratismo no es, así, una conquista del pueblo sino el sometimiento del pueblo a las condiciones de vida que le impone el régimen del capital: los capitalistas y sus representantes, todos con nombre y apellido.