Varios son los discursos circulantes señalando que la pandemia ha puesto en crisis al neoliberalismo y ha demostrado las bondades del rol central del Estado. Hay quienes dicen que la pandemia trae el fin del capitalismo y advienen nuevas formas de comunismo; otros, que refuerza el capitalismo en nuevos modos tal vez más autoritarios mediante el tecno-poder; y otros afirman que debilita al neoliberalismo pero el capitalismo seguirá fortalecido sin la organización colectiva de las fuerzas sociales subalternizadas.
Lo que queda claro es que la pandemia genera un punto de inflexión donde, o bien nos dejamos arrastrar por sus consecuencias o creamos un futuro mejor. Y en esa creación interviene el Planeamiento Social, campo de conocimiento y acción al que me dedico. En este marco me interesa reflexionar, entonces, sobre algunas lecciones que deja la pandemia acerca de los modos de pensar y hacer la planificación.
En primer lugar, se confirma lo que ya los especialistas en el campo venían diciendo desde hace tiempo, esto es, el fracaso del planeamiento normativo. El fracaso de un planeamiento fundado en el supuesto que es posible predecir y controlar el futuro, que hay un solo actor que planifica -el Estado-, que el proceso sigue trayectorias lineales y se diseña el “deber ser” en contextos de alta certidumbre al punto que se pueden anticipar con precisión escenarios sociales futuros. Pero ha demostrado, también, el fracaso del neoliberalismo que deja las decisiones libradas a las fuerzas del mercado renegando de toda planificación que permita anticiparse mediante la previsión –que no es lo mismo que la predicción- para que las acciones sean oportunas.
En segundo lugar, la pandemia resulta ser, como todos los problemas sociales (en efecto, la pandemia no es un mero problema biológico sino esencialmente social, producto de una economía que destruye el medio ambiente), un problema complejo. Como tal incluye múltiples elementos y dimensiones (sanitarias, económicas, educativas, sociales, políticas, subjetivas, ambientales, entre otras) que interactúan entre sí, se determinan y modifican mutuamente; es un sistema dinámico, en constante movimiento y, por lo tanto, imprevisible. Ello supone trabajar sobre los emergentes de ese sistema complejo. Requiere ir construyendo información permanente sobre los cambios que van aconteciendo en ese sistema cambiante e imprevisto, para evaluar y tomar nuevas decisiones. Información, evaluación y reprogramación en un círculo retroactivo. Esto es lo que ha venido haciendo el gobierno nacional argentino. En efecto, asumir que el problema es complejo inhabilita la predicción futura pero interpela a la generación de varios escenarios futuros (desde el más alentador hasta el más pesimista) para prevenir, anticiparse y estar preparados para el peor escenario.
Pero -y acá la tercera reflexión- el recalcular permanente no supone ausencia de objetivo estratégico. En nuestro caso nacional ha sido el cuidado de la salud protegiendo a los más débiles: la tercera edad y los marginados del sistema de salud y del sistema económico. La pandemia desnuda y acentúa las desigualdades preexistentes y allí está el Estado para compensarlas en búsqueda de mayor igualdad. Planificar supone decidir, optar. Se decide en favor de los sectores subalternizados o de los sectores hegemónicos, se decide a favor de la salud de todos o del privilegio de algunos. Entonces, concentración estratégica en el modelo societal deseado (democrático, igualitario y soberano) con flexibilidad táctica para enfrentar la complejidad.
En cuarto lugar, la pandemia ha puesto de manifiesto diversos modos de relación entre ciencia y política -viejo y central debate en el campo del Planeamiento-. Puede optarse por lo que Habermas (1994) llamó “decisionismo” donde la política se separa de la ciencia, y las decisiones no se basan en una razón científica sino que la desconoce y se autorregula a partir de las interacciones entre sectores políticos diversos, actuando mediante ensayo y error o con acciones locales y parciales. Brasil y EEUU han sido ejemplos de este modelo de decisión fundado en el pensamiento neoliberal. Puede optarse también por un modelo “tecnocrático”, donde el saber científico dicta las decisiones políticas suponiendo continuidad lineal entre investigación y cuestiones prácticas. Algunos sectores de la academia universitaria actúan suponiendo ese modelo. Un tercer modelo, y es el que considero adoptó el Estado nacional argentino, es el que Habermas denominó modelo “pragmatista” (1994: 138) o de “interacción crítica”, donde ciencia y política interactúan mediados por el debate y la opinión de los actores y participantes implicados que arriban a un consenso racional. Se escuchó día a día a los científicos y expertos en cada disciplina pertinente. Pero las decisiones aconsejadas se debatieron en el seno de la comunidad política y social a través de sus representantes (gobernadores, sindicatos, cámaras empresariales, curas villeros, actores de la economía social, entre otros). La razón científica se articuló con la razón socio-económica y con la razón vital (las subjetividades de la gente) a través de normas, reglas y organismos instituidos.
Quinto, el modelo de interacción crítica, basado en una racionalidad preponderantemente comunicativa, supone coordinación –operación central del planeamiento- para el logro de una coherencia global. La gravedad de la pandemia requiere acción central ante las acciones parciales, y a veces contradictorias, de los diferentes actores sociales. La coordinación es la que permite eliminar redundancias, incongruencias y vacíos y el desarrollo de políticas integrales. Posibilita crear sinergias, asociaciones, complementaciones y colaboraciones para potenciar el logro de los objetivos estratégicos. Y la coordinación supone diálogo, comunicación, entendimiento y argumentación para articular diversos planes en una dirección central.
Y por último, el escenario de la pandemia, reafirma otra idea central del planeamiento estratégico situacional que creara Matus (1987). Se planifica en un campo de poder atravesado por intereses y fuerzas sociales en pugna. La grieta argentina parecía disolverse pero cuando se toman decisiones que afectan intereses estratégicos, ella reaparece. Despidos en grandes empresas, cacerolazos, discursos desde los medios de comunicación que crean y fortalecen el sentido común hegemónico, acciones autonomizadas desde ciertas provincias, son algunas manifestaciones de las presiones del poder dominante. Ello hace del planeamiento un juego social estratégico de constante evaluación de la viabilidad económica, política y organizativa de las acciones. Pero también de estrategias de cooperación con quienes compartan los objetivos socio-económicos centrales y de necesario conflicto con quienes sostienen objetivos en pugna.
Se planifica en un campo de poder atravesado por intereses y fuerzas sociales en pugna
La pandemia cambiará seguramente el mundo porvenir. Sería esperable, entonces, que este modelo de planificación que, hasta ahora ha resultado eficaz en nuestro país para enfrentar la coyuntura, sea también eficaz para crear nuevos futuros de igualdad, justicia, libertad, solidaridad y democracia. Esto supone articular críticamente conocimiento y acción -o sea planificar- para transformar las relaciones sociales de producción que imperan en el mundo capitalista; tarea en la que los universitarios debemos tener un rol estratégico, generando conocimiento necesario para la toma de decisiones; promoviendo debates fundados con la comunidad para problematizar la coyuntura; formando profesionales transformadores y articulando con actores del territorio las acciones necesarias para los críticos escenarios económicos y sociales que seguramente sobrevendrán.
Referencias bibliográficas
Habermas, Jürgen (1994). Ciencia y técnica como ideología. Tecnos. Madrid.
Matus, Carlos (1987). Política, planeamiento y gobierno. Fundación Altadir. Caracas.
Excelente, nota. Un enfoque real y objetivo de planificación……actual.
Excelente trabajo, para citar. Muy sólido.