En las sociedades capitalistas en general, en sus más variados estilos neoliberales, la solidaridad es un valor que el mismo sistema erosiona o contrarresta. En nuestra sociedad en particular, la palabra solidaridad ha tenido en su uso las contradicciones propias de un sistema que la provoca, desde las injusticias y las desigualdades sociales, otorgándole un sentido formal de enunciación política y un sentido práctico como paliativo coyuntural. Más allá del lugar e importancia que cada uno le pueda asignar a la solidaridad como valor y práctica de la misma, en gran medida es el sistema quien condiciona al acto solidario y ordena según sus formas productivas de trabajo, formas de distribución de riquezas y formas de convivencia, traccionado desde las economías de mercado y consumo. Ello gravita de manera tal, que siendo la solidaridad consustancial a la naturaleza humana, se vea compelida, debilitada y manipulada, al punto que es puesta solo como recurso de valoración puntual y de extrema necesidad en los emergentes críticos sociales. Vayamos a su significado y fundamento del termino. La solidaridad es un concepto que viene del latín “soliditas” y refiere a una realidad homogénea, unida, adherida en un todo por elementos de igual naturaleza. Así mismo, su raíz etimológica hace referencia al comportamiento “in solidum” que significa el enlace de destinos de dos o más personas. Es así, que la solidaridad no termina en una ofrecimiento de ayuda sino que incluye un compromiso con ese ser que necesita. El hombre como animal racional, simbólico o espiritual, no puede vivir aisladamente, no se basta asimismo para la sobrevivencia, por lo que en su naturaleza posee una constitución políticosocial que responde a una necesidad de origen configurándolo antropológicamente. Se determina así que la cooperación y la asociación sean aspectos fundamentales para el vivir y convivir con los demás. Desde ésta perspectiva la solidaridad debe ser principio nuclear o base de todo planteamiento y proyecto ético-político, como así también de todas nuestras decisiones que tomamos en cada momento de nuestra vida. Ello implica, una superación de todos los tipos de individualismos y cooperativismos cerrados, y que nuestra vida social-humana fluya virtuosamente por los canales donde se unifican los valores de la empatía y la participación. Hoy el planeta y las sociedades amenazadas por una Pandemia, como es la del coronavirus (covid-19), confina a la humanidad al reclutamiento preventivo como única forma defensiva contra el avance de una epidemia que se propaga velozmente, nos vulnera en nuestra formas recurrentes científico-sociales de sofocar o mitigar la adversidad. Aislando, des-socializando y “condenando” a la soledad más cercana. En ese sentido, la solidaridad como valor es colaboración individual, manteniéndonos en lo que no es propio de ello, el aislamiento. Estado de situación que llevan al hombre a realizarse interrogantes, ¿Debemos entender a este flagelo como una reprensión del medio ambiente a la intervención desmedida y abusiva del hombre? ¿La humanidad y todo un sistema de vida social es puesto a prueba, justamente en su forma de vivir y formas de conservación de la especie? ¿Será una nueva oportunidad que la naturaleza nos da para rescatarnos a nosotros mismos en una reivindicación como seres humanos y sociales? ¿La salida de esto fortalecerá cualitativamente vínculos y mejorará la calidad de vida social y humana? ¿El sistema económico-político-social se reconstruirá con perspectivas de establecer un nuevo orden social? Tal vez sean preguntas valiosas, necesarias para hacerse y que el tiempo en su devenir en alguna medida vaya respondiéndonos. No obstante a ello, son muchas cosas que pasan y nos pasan en nuestra condición humana y en nuestro aquí y ahora, como seres mundanos y mortales que no se pueden soslayar. Blas Pascal señala que el hombre es una paradoja entre la miseria y la grandeza, entre el cielo y el infierno, vaya definición! dice “Es miserable saberse miserable, pero es grande reconocer que se es miserable”. En éste sentido, en contextos de crisis y de aislamiento como el que vivimos, que nos pone ante situaciones límites, pareciera potenciar la paradoja y en sus formas más puras. Hoy la grandeza y la miseria conviven el cotidiano e inmediato cercano, un ejemplo resonante son los grandes gestos solidarios que hacen a la salvación de una vida, pero también la condena individualista que hostiga y discrimina sin miramientos la acción solidaria de otros iguales que arriesgan por ello la vida (médicos, enfermeros, etc.). Otros no menos resonantes, en su partida negativa, puede verse reflejada en la negación de la virulencia de la peste, poniendo en riesgo la vida del conjunto social (transgresión de la cuarentena) o en su forma más silenciada y tal vez naturalizada, desentendiéndose de la responsabilidad social y solidaria que implica sostener una fuente laboral y el salario, movido por el patrón económico y de la ética individualista del “sálvese quien pueda” (empresarios). En éste último ejemplo quiero detenerme, no por la resonancia política que hoy tiene, sino porque es justamente allí en la producción y el trabajo donde se juega la cuestión humana, la dignidad y la vida social de quienes ponen el capital en función productiva y de quienes brindan su esfuerzo de trabajo, que entrelaza una materialidad con el compromiso solidario que permite superar el desafío de la existencia y subsistencia. En éste sentido es necesario entender que la solidaridad nada tiene que ver con las conveniencias privadas, materiales o políticas que una persona pueda tener, tiene que ver con una contribución ligada a nuestra esencia básica, a que ese o esos que necesitan de la ayuda, asociación o colaboración esté en mi decisión y compromiso de realizarlo por una causa máxima que trasciende en lo que es humano y social. Ante un estado de excepción, de crisis y de emergencia sanitaria global que hoy pone en jaque a un sistema, colocando al hombre al borde del abismo, así como el estado (en todos sus niveles) no puede desentenderse, arbitrando medidas y medios acordes a la circunstancias, la sociedad toda debe acompañar con el mayor sentido y compromiso solidario. En estos contextos, las salidas individualistas lejos de ser una salida que otrora resultaba, hoy pone en riesgo a la humanidad. Es así, hoy más que nunca, es necesario e inminente rápidamente habilitar a la reflexión y a la conciencia de entender que recluirnos en nuestros hogares no alcanza si abandonamos nuestra responsabilidad social y el compromiso solidario que cada uno tiene para con el prójimo que nos habita y constituye.
“Hemos venido a este mundo como hermanos, caminemos, pues, dándonos la mano y no uno detrás del otro” -Willian Shakespeare-
Por: Javier Gustavo Cane Prof. de Filosofía
Sec. Gremial (Sadop Deleg. Río IV).
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Siempre muy inspirador!!! Emocionante tus palabras y siempre a la altura de las circunstancias!!! Te admiro y quiero muchísimo. GRACIAS