La discusión en torno a la concesión en manos trasnacionales de la hidrovía Paraná-Paraguay -uno de los mayores sistemas navegables del mundo-, no hace más que reflejar la situación concreta de un problema presente e histórico.
La tan mencionada soberanía sobre el territorio nacional y sus recursos naturales, que hasta remonta a las luchas independentistas de hace más de dos siglos, es condición necesaria -aunque no suficiente- para comprender nuestra encrucijada.
La realidad cambió. El capital acumula explotando trabajo y recursos naturales a escala planetaria y absorbe hasta el interés de los servicios bancarios de un trabajador informal en cualquier rincón del planeta. Cómo se explica, si no, que la empresa de recolección de residuos local esté en manos de un fondo de inversión norteamericano y el municipio, para hacer frente a sus gastos corrientes, tenga que conseguir pesos en el mercado de capitales.
Hasta la última semilla que se carga en los barcos es parte de un paquete tecnológico cuyo dueños también son fondos de inversión, que atan al mundo con sus redes, como un ovillo de lana.
Tanto ha sido el saqueo histórico y la explotación presente, que lo único soberano que nos queda es la clase trabajadora. Solo de aquí se puede pensar una nación.
Menos que eso, es solo la ilusión de un reparto que poco distribuye y que nada resuelve.