Las elecciones de medio término configuraron el escenario de fuerzas. A la crítica situación de acumulación capitalista, se le suma ahora la inestabilidad político electoral. Y bajo la imposición de esas dos condiciones el régimen dominante, con sus alas oficialistas y opositoras, conduce la salida progresista enfilando a toda la sociedad.
Al despliegue del mercado de capitales y el endeudamiento, le llaman favorecer la inversión. Al ajuste, tranquilizar la economía. Responsabilidad fiscal va en lugar de recorte de políticas públicas y todo junto lo llaman sostenibilidad.
Ofrecen garantías de que no habrá cambios en la letra de las leyes laborales y previsionales y las cúpulas sindicales dan consenso. Pero la flexibilidad se ejecuta igual con acuerdos en sectores claves (automotriz, agroindustrial, petróleo, hidrógeno) y vía la pérdida del poder adquisitivo de los ingresos para el resto de los trabajadores, asalariados o no, cuya actividad no es lucrativa a los fines de la acumulación.
Es un punto de inflexión. Afloran protestas y demandas puntuales que si no son superadas por la lucha política unificada de la clase trabajadora, reproducirán y retroalimentarán el mismo escenario de incertidumbre.
Pero esa no es una profecía cuyo devenir debemos esperar, sino una decisión de los militantes de campo popular.