Las elecciones de los últimos años en Argentina han acelerado los procesos de dolarización de las carteras de los agentes económicos. Este año, el problema de la restricción externa se presenta particularmente agravado por el alto nivel de endeudamiento en moneda extranjera y la sequía que afectó al sector agroexportador.
La falta de dólares representa limitaciones fuertes para el manejo de la política económica, en dos sentidos: primero limita las posibilidades de crecimiento de una economía periférica (como la nuestra) que requiere de máquinas e insumos importados para poder producir. Segundo limita las posibilidades de controlar la inflación, dado que cualquier plan de estabilización requiere poder anclar el tipo de cambio, entre otras medidas.
En este contexto desde algunos sectores de la oposición política, se revitalizó la idea de plantear la dolarización como una solución para nuestros males. De esta propuesta surgen dos interrogantes que este artículo intenta responder: ¿es posible dolarizar la economía argentina? Y por otra parte ¿qué consecuencias pueden esperarse de ello?
Dolarizar significa re-expresar todos los activos financieros y contratos nominados en pesos a dólares estadounidenses a una determinada tasa conversión de una moneda en la otra. Como hacerlo ofrece unas cuantas variantes que reparten los ineludibles costos y las emergentes ganancias de diferentes modos. En general se piensa en una tasa de conversión única, sin embargo, la historia argentina enseña, con la pesificación asimétrica, que es viable también, y bien rentable para algunos, utilizar diferentes tasas según el interés de los hacedores de política.
La tasa de conversión puede ser definida según cual sea la definición de los activos a convertir y la magnitud de ellos, comparados con los recursos en moneda externa en los que se disponga re-expresarlos. Alternativamente, puede fijarse como objetivo definir la tasa de conversión e identificar la cantidad de divisas necesarias para lograrla. En términos coloquiales sería, identificar los dólares con los que cuenta el estado nacional en relación a los pesos que se dispone convertir o, alternativamente, fijar el tipo de cambio y salir a conseguir los dólares que faltan para esa conversión.
Siguiendo los datos de la economía argentina al momento de escribir este artículo[1] la base monetaria (todo el dinero físico de la economía más los depósitos no prestados por los bancos comerciales) a comienzos de abril 2023 era de $ 5,4 billones y las reservas netas internacionales disponibles en el Banco Central de la República Argentina (BCRA) de U$S 1.805 millones, por lo que la tasa de conversión sería de $2.990 por dólar. Alternativamente, si se deseara fijar la tasa de conversión en $ 400 por dólar, se necesitaría disponer de U$S 13.500 millones, pero sólo se tienen U$S 1.805, por lo que se debería incurrir en un endeudamiento de U$S 11.695 millones.
Pero siendo más precisos, a estos cálculos es necesario sumar otros pasivos del BCRA que se vienen emitiendo con el objeto de absorber liquidez del sistema -las famosas Lebacs -ya extintas- y las Leliqs, y otras de menor fama-, con lo cual los compromisos del BCRA agregan, en abril 2023, $12,5 billones, por lo que, considerando las reservas de libre disponibilidad, la tasa de conversión de todos los pasivos del BCRA sería de $ 9.900 por dólar. Definir una tasa de conversión de $ 400 por dólar implicaría un endeudamiento de U$S 42.945 millones. Prácticamente el mismo monto del préstamo que otorgó el FMI al gobierno anterior.
Considerando que el BCRA posee otros activos, en pesos y en divisas, además de las reservas internacionales de libre disponibilidad, podría liquidar esos activos y sumar moneda extranjera disponible para la conversión de sus pasivos monetarios. Siguiendo el valor de mercado de estos activos, cuya cotización es cercana al 25% de su valor nominal, se dispondría de U$S 25.254 millones. Sumando esos recursos la tasa de conversión de los pasivos del BCRA sería de $ 709 por dólar, y si deseara mantener la tasa de cambio en $ 400 por dólar se requerirían U$S 19.496 millones de dólares adicionales.
Supogamos que el país no dispone el acceso a los casi U$S 20 mil millones necesarios para mantener el valor del dólar en $400, la conversión neta de los pasivos monetarios quedaría, para simplificar en $700 por dólar y a esa tasa se deberían reexpresar los activos y contratos definidos en pesos. Como decíamos al principio, los depósitos y los préstamos del sistema bancario, pero también el precios de los bienes, servicios y los ingresos del trabajo.
Resuelto el primer interrogante esto nos lleva a analizar las consecuencias de la dolarización. En términos concretos por ejemplo, si consideramos que el último ingreso medio de los asalariados relevado por el INDEC ($100.506) se incrementó al ritmo del IPC, a principios de Abril hubiera sido de $122.312 y reexpresado en dólares, U$S 175 mesuales. El mismo razonamiento llevaría al ingreso medio de los ocupados (asalariados y cuentapropistas) a U$S 166 mensuales.
En relación con el precio de los bienes no transables, los que no se comercializan en exterior, pudiera suponerse no se alterarán en teminos relativos con los ingresos del trabajo, así, por ejemplo el precio de un corte de cabello que hoy cuesta $ 2.000, sería reexpresado en U$S 2,87, por lo que un trabajador asalariado podría seguir pagando 61 cortes mensuales, en tanto que la compra de un artículo importado, supongamos un medicamento que no se produce en el país y que puesto en Argentina cuesta U$S 50, ingresado al tipo de cambio del mercado único y libre de cambios (MULC), mas conocido como dólar oficial, al 31 de marzo hubiera costado alrededor de $ 10.800, por lo que el trabajor hubiera podido comprar casi 11 unidades del remedio para su salud. Con sus U$S 175 de su salario expresado en dólares, solamente hubiera podido adquirir 3,5 unidades de ese medicamento. La dolarización le haría perder casi un 70% de su salario expresado en medicamentos. La intensidad del efecto final sobre el poder adquisitivo de los ingresos laborales dependerá de la mezcla de consumos de bienes transables y de no transables, el sentido, indudablemente será una reducción. Sin dudas, los trabajadores serán mas pobres.
En términos más generales, la dolarización de la economía se distingue de la convertibilidad por lo irreversible del proceso. En términos concretos, implica la pérdida de la política cambiaria, que sirve entre otras cosas para dotar de flexibilidad al tipo de cambio con el objetivo de usar este instrumento para amortiguar las crisis del sector externo. Durante la década de los ´90 Argentina no tenía política cambiaria y los shocks externos como la crisis del tequila, la de los países asiáticos o la devaluación de brasil hicieron resquebrajar aún más la débil estructura de la convertibilidad y que culminó con el estallido social de 2001.
También implica la pérdida de política rentas, pensemos entonces que si la pandemia hubiese transcurrido bajo este esquema hubiese sido impensable la asistencia del estado a las personas con mecanismos como el IFE o la asistencia a las empresas con los REPRO, dejando a los agentes económicos en una total indefensión.
Por último, y más intiutivo, la dolarización significa la pérdida de la política monetaria o más precisamente la subordinación de la política monetaria que se definirá en los Estados Unidos (emisor de la moneda). La definición de la política monetaria de Estados Unidos irá en la dirección de sus propios objetivos de política económica, donde dificilmente puedan encontrarse coicidencias con las necesidades de la macroeconomía Argentina.
La caída de los ingresos laborales en dólares serán menores costos, y por lo tanto mayores ganancias para los sectores exportadores, y serán menor demanda para los productores con destino al mercado doméstico. Esto en un escenario “optimista” donde la demanda internacional siga siendo favorables al sector agroexportador, ya que en caso de que las condiciones internacionales cambien hasta este sector puede ser “víctima” de la pérdida de competitividad, tal como sucedió a fines de los años ’90 cuando Argentina comenzó a importar cerdos de Brasil.
Menos favorable es el escenario para el resto de los sectores de la economía, cuya demanda depende del mercado local. Considerando la dinámica del empleo en los sectores transables y no transables de la economía, menos intensa en los primeros, la dolarización no parece ser el modelo del cual los jóvenes puedan esperar su buen futuro.
Por otro lado, menos resaltado en la agenda mediática, la dolarización pondría en tensión el sistema bancario que, si bien en el cortísimo plazo no se vería afectado al mantenerse la relación de reservas/depósitos actual, un aumento de la demanda por liquidez, problemas de mora o impagos de los deudores, o gestión irresponsable de las organizaciones privadas, desatará una corrida bancaria que llevaría el sistema a una crisis de consecuenias catastróficas… o a la reedición del “corralito, corralón” que profundizaría la crisis de producción y empleo derivada de la redistribución regresiva de los ingresos.
Para completar el escenario, la liquidez futura dependerá de la voluntad de los proveedores de divisas (exportadores y prestamistas) y, mas aún que en la actualidad, los argentinos, las mayorías que no somos ni exportadores ni prestamistas, o sea casi todos, deberemos implorar, “una moneda (dolar), por favor”.
Nada bueno, ni una a favor, puede esperarse de cualquier estrategia de dolarizar la economía argentina. Nada bueno para la mayoría de los argentinos, por supuesto.
[1] Estas reflexiones se inspiran y nutren en buena parte de lo estadístico en el “Informe especial – La dolarización de Milei”, elaborado por la consultora 1816 Economía y Estrategia con fecha 14/04/2023.
* Marianela Gómez y Jorge Hernández son Profesores de Macroeconomía y Seminario de Economía Argentina- FCE-UNRC.