El jueves 12 salió el comunicado informando que «las unidades de la policía militar de las Fuerzas Armadas de Rusia» habían tomado el control total de Guta Oriental, en los alrededores de Damasco, zona sometida bombardeos contra la población siria.
Horas después, EEUU, Gran Bretaña y Francia dispararon sobre la capital siria, basados en la presunta utilización de armas químicas por parte del gobierno de Bashar al Assad.
Para Antonio Guterres, secretario general de la ONU, el choque entre Washington y Moscú por la cuestión siria recordaba los peores momentos de la Guerra Fría. Pero Sergei Lavrov, canciller ruso, apuntó a la Gran Bretaña. «Tengo informaciones irrefutables de que es un nuevo montaje de los servicios secretos de un Estado que se desvive por estar en la primera línea de la campaña rusófoba».
«Esto es grotesco. Es una mentira flagrante», respondió Karen Pierce, representante británica ante la ONU. «Me gustaría decirle categóricamente a la prensa mundial que Gran Bretaña no está involucrada y que nunca tendría ninguna participación en el uso de un arma química».
Sucede que horas antes las acusaciones habían sido al revés, pero en torno al envenenamiento del ex-espía ruso Serguei Skripal, el 4 de marzo, en Inglaterra. La Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ), con sede en La Haya, dijo que sus análisis confirmaron la tesis británica sobre el uso de Novichok, una arma química de diseño soviético. El G7 culpó y condenó inmediatamente a Rusia.
La misma OPAQ llegó ahora a Siria para intentar corroborar el supuesto uso de químicos. Fue horas después del bombardeo de 113 misiles. En eso todos están de acuerdo. El gobierno sirio dice que sus baterías antiaéreas (de origen ruso) disuadieron 71. Los EEUU, que todos dieron en el blanco. «Misión cumplida», dijo Trump.
«La agresión solo aumentará la determinación de Siria y del pueblo sirio para seguir luchando», fue la respuesta de Al Asad.