Ya no se puede separar lo que sucede y aparece como proveniente de distintos países, hasta como si fuera distintos tipo de conflictos. Un trazo común de una tensión que no es sino las luchas que libra la sociedad, en el marco de las disputas provenientes del propio seno del capital. Cruje afuera porque impacta adentro y cruje adentro porque impacta afuera. Los sucesos de los últimos meses en Argentina, por ejemplo, hicieron que el país se recostara más en el dólar norteamericano y la gestión del presidente Donald Trump. De hecho son tan fuertes esos vínculos, que hasta se proyectan bases militares, centros para combatir el narcotráfico y entrenamiento en conjunto de las fuerzas. El mismo mandatario norteamericano golpea en la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN) y critica el rol de Alemania que se acerca a Rusia -a través de acuerdos energéticos como el gasoducto-. Eso es solo la muestra de la ferviente puja. Si de conflictos se trata, Haití o Nicaragua, son solo ejemplos. Ejemplos de lugares donde están sucediendo acciones que trazan un destino. Brasil, por caso, va y viene constantemente, nadie está pudiendo resolver o imponer su proyecto. No hay muchas situaciones que podrían separarse como ingredientes de una comida. Más bien, hay un estado de situación: único, concreto y evidente. La guerra entre los capitales no da tregua y el conflicto social no da tiempo. Si la descripción del problema nos da una única situación, no puede haber -para resolver de fondo la cuestión- muchas alternativas posibles. La línea del problema deber ser el trazo de su salida.