El dinero se ha convertido en la principal mercancía de esta época del capitalismo. Ya sea que se trate de extraer de la tierra, de elaborar o de comercializar algo, el costo del dinero para poder hacerlo es la principal variable del negocio.
Los empresarios pymes lo dicen bien cuando reconocen, contra las políticas del gobierno, que no hay crédito. Pero yerran al analizar la salida de esa situación porque la piensan en la misma ecuación que les genera el problema.
A este gobierno, a lo sumo, le cuestionan dos cosas. Una impericia técnica en torno a que no es la inversión la que engorda la economía sino la capacidad de consumo la que moviliza la oportunidad de nuevos negocios. Otra, la de quebrar los emprendimientos locales para así poder jugar a la «timba» financiera.
Así, se sigue ofreciendo la alternativa de oponer producción versus finanzas como si una fuera positiva porque genera riqueza y otra negativa porque la chupa. No reconocemos que en ambas sigue rigiendo la ley de explotación del trabajo humano que transforma una cosa en otra. Y además, olvidamos que desde hace más de un siglo el modo mismo de reproducción del capital ha fusionado ambos eslabones expandiendo el mercado mundial de productos vendibles. La pregunta ya no es cuánto vale lo que se compra, sino cuanto vale la “cosa” (dinero) con la que en todo caso podría comprarse lo que se quiere comprar. De resultas da que en el mundo hay cada vez más productos que no pueden ser comprados porque lo que se ha centralizado, y lo que justamente sí se mueve y a otra velocidad, es el mercado del dinero mismo.
El dinero se ha convertido finalmente en la mercancía estrella de realización plena del capital propiamente dicho porque simplifica en una misma «cosa» el control de todos los procesos productivos del globo.