Si resulta inoportuno mencionar las palabras “reforma agraria”, significa que no estamos librando adecuadamente eso que se denomina “batalla cultural». Sin embargo el hecho es aún más complejo. Muy pocos sectores se animaron a hablar simplemente del viejo concepto de que “la tierra es para quien la trabaja” -haciendo alusión a los millones de hectáreas no explotadas que son utilizadas por sus dueños para la especulación financiera- y sin dejar de reconocer que el macrismo militó la noticia específicamente contra el kirchnerismo.
Este debate está precedido por un preconcepto: hay determinadas cuestiones para las cuales nunca es el momento de abordarlas. Existen, pero el freezer, el respetado olvido o simplemente el ninguneo, parecen ser su destino inexorable.
También se han agregado otros ejes en la actual coyuntura, como por ejemplo, el no debatir sobre la Reforma Constitucional porque “no da la correlación de fuerzas” ahora, olvidándose sugestivamente- que en una Democracia como la nuestra, uno de los emergentes de la institucionalidad- son las leyes que expresan horizontes, intereses de clase, sectores e ideas en pugna.
Esto de no ocupar la calle no es nuevo en esta resistencia al macrismo. Hace ya un año largo en una marcha en defensa de los derechos de los trabajadores hacia la Plaza de los Dos Congresos, uno sector sindical planteó que si había indicios de represión “había que irse”.
Nadie pretende jugar a la ruleta rusa, ni andar tomando shoppings para escandalizar “a la gente de bien”, ni arriesgar el triunfo electoral de octubre, ni ser los idiotas útiles de una operación de prensa. Pero es adecuado pararse desde otro lugar para dar el debate porque nos ponen en el sitio que quieren y muchas veces somos funcionales.
Hoy en la Argentina profunda, no sólo en la 9 de Julio de Buenos Aires, hay decenas de conflictos con cortes de ruta, acampes, paros, movilizaciones y nadie está pensando, cuando los afronta, en sabotear el proceso electoral.
La racionalidad no es sólo pedir que no confrontemos en la calle -pensando que una mesa de diálogo va a impedir por sí sola que no nos lleven puestos- sino también debatir cómo enfrentamos el hambre, la propia represión y el recorte de derechos que en muchas provincias ya se está gestando.
Esto no significa decir o hacer cualquier cosa. Es cierto que al ocupar espacios públicos el establishment político, mediático y represivo tiene un ámbito propicio para generar acciones acordes a sus objetivos. Pero plantearle a los más pobres, palabras más o menos: “quédense en sus casas y aguanten”, no ha parecido nunca el argumento que terminó favoreciendo a los sectores nacionales y populares. Insinuar o proponer que la única respuesta es la electoral, parte sin ningún lugar a dudas de desconocer u ocultar la historia de lucha de nuestro pueblo desde el 45 en adelante.
¿Si la calle no debe ser el escenario de resolución de problemas, cuáles son los otros, y qué participación y representatividad tienen en ellos los sectores que hoy están movilizados?
Y para ser más concretos: no sólo es la búsqueda de un equilibrio entre la gravedad de la hora y las reivindicaciones históricas –que por supuesto merecen un abordaje en serio- sino definir qué tipo de sistema democrático deseamos forjar, cuál va a ser el rol del movimiento obrero y las organizaciones sociales en el mismo, qué derechos y conquistas son irrenunciables, qué nivel de coordinación hemos alcanzando para que los temas que consideramos estratégicos y vertebrales formen parte de la agenda pública. Creer que con un diputado más hemos avanzado, lo único que hace es poner en evidencia nuestras propias debilidades.
Si la respuesta a las movilizaciones es “no se puede, no se debe”, no sólo nos estamos enconcertando a ellas sino que empezamos a establecer límites precisos para lo que va a venir después de diciembre.
No es la meta de estas palabras desconocer la gravedad de la hora, ni los profundos y delicados desafíos que afrontará la próxima gestión gubernamental nacional. Pero preferimos plantear la necesidad de que existan espacios donde estas cuestiones se debatan, donde surjan propuestas, donde se revean metodologías, a un silencio que termine siendo cómplice de los intereses antipopulares.
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