Transformar el mundo es una consigna de los pueblos. Está en disputa (renovada) la hegemonía semántica sobre la idea del «nuevo orden». No es la primera vez que una «crisis» internacional produce el antojo de esconder la basura, generada por la opresión, bajo la alfombra de lo «nuevo»; como si fuese un conjuro para saltar, sin solución de continuidad, de un estadio económico-político-social a «otro» idéntico, pero desmemoriado. No obstante, la vida no se comporta así. Un personaje de teleserie dijo: «el pasado nunca se queda donde lo dejas».
Por ejemplo, las viejas manías reformistas, pertinaces e irritantes, pretenden anestesiarnos con una invocación «reloaded» hacia un «nuevo orden»; añejo truco desvencijado que solo tiene seguidores a sueldo o desprevenidos.
Si los poderes fácticos hablan de otro «nuevo orden», hay que fijarles una agenda de mínima y de máxima, con los pies bien puestos sobre las realidades objetiva y subjetiva, vigentes. Ya basta de «buenos propósitos» efímeros.
Lo único nuevo es el Socialismo, la comunidad organizada por ella misma para poner, como interés social supremo, la vida buena, el buen vivir, inclusivo y diverso, en sociedades igualitarias. Lo único nuevo es la emancipación de los oprimidos, asumiendo su papel como dirección transformadora. Nada hay nuevo en el capitalismo, incubadora repetitiva de desorden y anarquía.
Avejentado el modelo económico que tiene al 1 % de la población como poseedor del 99 % de las riquezas mundiales… lo «nuevo» será crear un sistema riguroso de distribución equitativa, distribución nueva: a cada cual según sus necesidades, de cada cual según sus capacidades. Avejentado el modelo de valores que impone respeto y pleitesía al aparato jurídico dominante, donde la ley pesa como maldición contra los pobres y la corrupción inclina la balanza de la «justicia» siempre hacia la impunidad de los adinerados… lo nuevo exigiría un modelo de justicia social capaz de impedir la apropiación de las riquezas en unas cuantas manos y eso implica las riquezas naturales, comunicacionales, artísticas, científicas, éticas… lo nuevo sería salir a derrotar al capital.
Y así con la educación, la salud, la ciencia… No es la pandemia lo que acelera el «nuevo orden», tampoco es una liturgia.
Decir «avejentado» aquí, no implica amor por el novedosismo. Tampoco es emboscada para echar a la basura la experiencia, y mucho menos la historia, que siempre debe ser analizada críticamente. Implica enfatizar el peso de una injusticia cometida contra la humanidad, en un plazo específico, y que hoy solo tiende a empeorar los daños contra el planeta y contra la especie humana.
Modelo económico e ideológico que solo hace felices a unos cuantos privilegiados y a algunos subalternos con el cerebro lavado, el capitalismo envejeció y hoy es un catálogo macabro de inmoralidades y peligros del que urge salir en consenso, con un plan superador; sin amos, sin patrones, sin clases sociales, sin humillaciones ni desprecios; nuevo, radicalmente…desde las raíces.
Invocar un «nuevo orden», así nomás, con «buena voluntad», además de ilusionista resulta sospechoso. Es necesaria una definición dialéctica del «nuevo orden» basada en un trabajo minucioso sobre los núcleos mismos de las contradicciones, que hicieron posible al capitalismo.
Lo «nuevo» está anidado en las luchas emancipadoras de los pueblos, está en cada una de las contiendas que disputan su emancipación –en condiciones asimétricas– pero que crecen dinámicamente desde el seno mismo del aparato de dominación.
En ese campo de lucha está el debate capital-trabajo, y de ahí hay que entender cómo ascender hacia lo «nuevo». El «nuevo orden», que no puede ser otra cosa que la aniquilación definitiva de la explotación, exige la reivindicación del trabajo como fuente suprema de la riqueza, y la revaloración histórica de la producción de la riqueza, politizándola hasta en las tareas de su distribución democrática, justa e irrestricta.
Ese «nuevo orden» no puede ser un repique de cencerros para regresarnos al «buen camino» de la mansedumbre. No importa qué tan suculentas sean las mesas servidas con más de la misma nadería. No nos prestemos a ese juego, tengan el apellido que tengan. La situación mundial es inobjetablemente difícil y no hay lugar para más payasadas mesiánicas ni ilusionistas.
Hay que discutir el «nuevo orden» en clave de transformación profunda del mundo y con el ánimo más decidido para derrotar las viejas manías del engaño y todos los resquicios fabricados por el reformismo. Eso incluye a los trepadores, a los oportunistas y a los que medran siempre para agitar las banderas ajenas. La náusea misma. Ya se escuchan las alharacas en los tugurios de los prestidigitadores burgueses como Mr. Kissinger.
Es inútil esperar el «nuevo orden» como caído del cielo. Y eso no implica despreciar los aportes paridos con las mejores metas. El «orden» que la humanidad reclama, lo impondrán los trabajadores con las fuerzas y los tiempos que logren ir ganándoles a las condiciones concretas, pero con su agenda propia; sin espejismos ni retóricas especializadas en idealizar soluciones, o en fabricar conjuros mágicos. Transformar el mundo es una bandera proletaria que sintetiza, en su riqueza semántica, la fuerza de la organización y la conciencia de clase. No es un «buen propósito» para decorar discursos ni una estratagema para anestesiar la rabia producida por la esclavitud.
Transformar el mundo debe ser un programa humanista, minucioso e inclusivo, afincado en la convergencia de las ciencias, la ética y la moral de la lucha de los pueblos a lo largo de su historia, o será nada. No vamos a permitir que ahora, los mismos viejos artífices de las peores desgracias planetarias, resulten ser adalides de lo «nuevo»; mientras ganan tiempo para reordenar el desastre producido por ellos mismos, y se las ingenian para que nosotros paguemos, una vez más, los platos rotos de la pachanga burguesa. Ellos olfatean el hartazgo de los pueblos y necesitan tiempo para reordenarse, cueste lo que cueste.
A su espejismo le llaman «nuevo orden». Ahí tenemos un escenario crucial para la Batalla de las Ideas, ascendiendo a la praxis.