No solo cuando los precios suben (inflación) hay transferencia de recursos de abajo hacia arriba. Cuando no suben, también. Es el sistema de producción que, vía la mercantilización de todo -inclusive la fuerza del trabajo- se apropia del esfuerzo social del mundo del trabajo y lo convierte en capital.
Agudizadas las peleas por la apropiación de la riqueza social, aparecen más cristalizadas los intereses y las rapiñadas de un régimen social, productivo, económico y político. Más cuando la crisis recorre los del primer mundo y tiene una frecuencia cada vez mayor.
Incluso en los últimos años, están sorteando esta crisis, vía el endeudamiento público y privado, a costa del empobrecimiento generalizado. El propio FMI reconoce que en el año 2020 hubo tanta deuda como en la Segunda Guerra Mundial. La salida, impuesta por los sectores dominantes, es recuperar el crecimiento que no es más que aumentar reservas, para que un grueso de empresas y Fondos de Inversión puedan seguir acumulando.
El tan mentado crecimiento económico no es más que abrir la canilla para que el agua de abajo se concentre arriba: cada gota tiene su acreedor. Lo cruel y evidente del presente hace que la necesidad de calmar la sed no sea mendigar goteras, sino tomar la decisión de cortar el chorro.
