Entre tantos dimes y diretes -usados incluso para desviar la atención-, hay dos datos de la realidad que no pueden ya soslayarse. Por un lado, los aumentos salariales van muy por detrás de la suba de precios. Por el otro, la suba de la tasa de interés y la devaluación, son medidas para salvar -en el corto plazo- a un grueso de capitales de la crisis, a costa del aumento de la explotación de la fuerza laboral.
Estos hechos de la realidad, que tienen un caracter social y mundial, tienen en su misma imposibilidad una salida. No es esta justamente la que propugnan en set televisivos los empresarios, pidiendo tener paciencia, calma porque muy de a poco, la cosa va mejorando.
Más bien, tiene que convertirse en un eje elemental y básico: la pelea para que ningún trabajador sea pobre. Básicamente, luchar para que los básicos de cada categoría conveniada esté igual o por encima de la canasta básica que informa el INDEC.
Esta pelea, que unifica a una mayoría social, puede permitir vertebrar no solo un horizonte económico, sino político. Política del pueblo trabajador para converger los esfuerzos en una salida común. Que ningún trabajador sea pobre, es quizás una bandera de unidad y soberanía, en tiempos de tantas controversias.
El ejemplo nacional del problema global es la renovación, con aumento de intereses permanente, de las letras en manos de bancos por parte del gobierno. Es esta la fase financiera de un sistema permanente, que pega manotazos para no desplomarse en el aire.