¿Cuál es la situación de la clase trabajadora argentina? Una pregunta que se ha vuelto retórica de tanto estar en boca de jarro. ¿Será por la época o por la épica? ¿O es que una rebota de la otra pretendiendo ser respuesta pero sin poder sobreponerse ni a sí mismas? Es decir, sin poder ensayar al menos un por qué la situación es esta que es.
Una época de mierda, sí, que refuerza la épica de otra. El punto es que mientras sea solo épica, no contribuirá a cambiarla sino -por el contrario- anudarla y hacerla cada vez más jodida. La épica es dogma –y por lo tanto pobreza- cuando augura que el pasado vuelva ser futuro. Así en tándem, época y épica, se explican una a la otra conformado la situación pero sin poder sortearla.
Los números –y la realidad- están a la vista: 50% de pobreza y exportaciones récord. El granero del mundo pero con wi-fi, obvio.
“Después de 40 años de democracia no nos han devuelto lo que nos robaron los militares y no hemos podido construir esa generación de grandes dirigentes que teníamos antes de los militares y de la Triple A”, respondió hace casi un mes Daniel Yofra, dirigente de la Federación de Trabajadores del Complejo Oleaginoso y Desmotadores de Algodón (llamada coloquialmente Aceiteros), hablando sobre la mentada situación.
En los ’70, justamente, el 5,7% de la población vivía en condiciones de pobreza. Y de ahí en más, se nos vino encima a saltos de 10% por cada década.
Del otro lado, lo dicen mejor. “Nosotros liquidamos la subversión, derrotamos al movimiento sindical y desarticulamos la clase obrera. Todo lo que vino después fue posible por nuestra labor”. Son palabras de Juan Alemann, secretario de Hacienda de Martínez de Hoz entre 1976 y 1981.
Lo que vino después fue la democracia como política de esa estrategia. El señalamiento de Yofra sobre el período es concreto y preciso, también porque despeja la épica de “la política” instituida desde entonces.
“¿Cómo ve la dirigencia sindical a la política? –se pregunta y responde Yofra-: creen que no vamos a cambiar la situación si no nos metemos en política. Yo no lo pienso así, yo creo que nosotros tenemos que resolver como resolvimos nosotros las herramientas de los ‘70, para elevar el salario y un montón de reivindicaciones. Y los dirigentes en ese momento no querían ser parte de un espacio político. Los políticos iban a buscar a los sindicalistas. Hoy nosotros mendigamos un espacio político creyendo que desde una banca de diputado, una banca de senador, vamos a lograr cambiar la realidad del movimiento. Y cada vez estamos peor. Creo que tenemos que empoderar al movimiento obrero y la única manera de empoderarlo es con huelga, no hay otra cosa.”
El dirigente vuelve a remontar el período pero no como calendario del tiempo sino como crítica de lo que hicimos en ese tiempo. “Creo que tras 40 años de democracia seguimos insistiendo que el camino es estar dentro de un partido político para poder cambiar la situación, y el movimiento obrero está completamente abatido porque los dirigentes están pensando en sacarse una foto con un político”, señaló en la entrevista publicada por Contrahegemoníaweb.
Ahí está esa idea sobre “la política” y “los partidos”, bien aprendida y apuntalada en y para esta democracia pero que, evidentemente, ahora naufraga. La crisis de capitalismo produce esta situación en la que barco y mar ya no están en sintonía. Ni barco ni mar, son un absoluto eterno (como no lo son la política y los partidos, la democracia y las instituciones, entre ellas el sindicato): todos valen en el marco de la situación en la que están. Pues bien: ¿qué valor le queremos dar? El valor de la situación que nos propongamos construir. Si no, lo que queda es “meterse” en “la política” con la ilusión de que las aguas bajen calmas.
“¿Por qué crees que los políticos hacen y deshacen lo que quieren con el movimiento obrero?”, interpela Yofra. “Porque no hay fuerza y la fuerza no sale de la nada, hay una construcción”, se responde. ¿La construcción de qué?, nos volvemos a preguntar, a sabiendas de que nos gobierna la idea de armar cosas. Y volvemos a responder, construir una situación, una relación en la que miremos la sociedad tal como la miró Alemann: un momento a partir del cual todo lo que suceda y todo lo que los demás puedan gestionar y administrar, estará enmarcado e impuesto por una nueva relación de fuerzas. Dejamos de ser asalariados en paritarias y reclamos y pasamos a ser luchadores de la clase trabajadora.
Lo primero no significa naturalmente lo segundo. En una situación desfavorable, somos lo primero pidiendo. En una situación favorable, somos lo segundo marcando el camino, para todos.
Ellos lo hacen igual: integrar el mercado en pesos con el mercado en dólares de modo de naturalizar la externalización (decir fuga parece robo, pero no es robo: es parte de la misma cadena de valorización de los excedentes de producción en el mercado financiero) de la economía. Es decir, aunque el papelito con el que compremos aceite diga pesos, tenga animales o próceres, el precio de la mercancía está en dólares y no se cotiza en el mostrador de acá a la vuelta sino en la Bolsa: en la de Nueva York, en la de Chicago, en la de Amsterdam, en la de Hong Kong, etc, según sea el producto de que se trate.
Pidieron un dólar por encima de la inflación y bonos de deuda en pesos pero ajustados al valor del dólar. Presionaron y lo tuvieron. Lucharon por todos los medios y lo lograron. De allí en más les fue mejor -y nos fue peor- con el ajuste de los precios generales.
El control de los precios, en serio, solo tienen que ver con un elemento fundamental: el precio del dinero, la relación de paridad peso-dólar en nuestro caso. Y entonces, a esta altura de los acontecimientos, la única paritaria viable es una paritaria de carácter social y su objeto de lucha son el control del Banco Central y del Tesoro: o lo manejan las corporaciones y padecemos sus consecuencias corriendo detrás de la milanesa o lo controlamos nosotros y empezamos a decidir el menú a poner sobre la mesa.
De un lado, toda la fuerza de quienes solo pueden vivir si trabajan. Del otro, la poderosa fracción financiera que ordena el tablero de juego y delinea las políticas que ejecutan las instituciones de gobierno tanto desde el ejecutivo como desde el parlamento. Son un puñado de bancos, fondos de inversión y corporaciones globales que integran la producción, comercio y consumo de bienes con el mercado de valores de activos y pasivos, de acciones y deudas.
Alejandro Olmos, quien denunció la deuda privada que la dictadura asumió como pública y pasamos a pagar literalmente todos (tal los acontecimientos de los últimos años), ya sostenía en 1990 lo que –lamentablemente- recién hoy vemos con mayor contundencia: “La deuda es hoy una herramienta de dominación en la estructura de un nuevo imperialismo. La deuda reemplazó a las armas de los imperios en el sometimiento de los pueblos. El gobierno de las corporaciones financieras y de los grupos económicos transnacionales ha borrado las fronteras en la geografía política de las naciones”.
La preocupación de la hora parece ser, en la casta pequeñoburguesa de políticos de profesión, no el hambre, sino que “perdemos las elecciones de 2023” o que “vuelve la derecha”. Y la certeza, que Argentina no se ha caído del mundo porque exporta y tiene cada vez más recursos naturales explotables para “exportar”.
Lo que nos importa, es que los argentinos ya estamos por el piso igual. Y los brotes verdes de “la economía” que recién empiezan a verse ahora nos aparecen apenas como una buena noticia estadística para el país pero no como una realidad concreta para los paisanos.
¿Brotes verdes ahora? Si, si, el ciclo es completo e implica preparar el terreno, sembrar y cosechar. Y aunque cada labor la ejecute distinto personal con maquinaria especializada, los procesos no se corresponden ni directa ni necesariamente con la alternancia de uno y otro gobierno.
Dice Yofra: “Tenemos entonces dos alternativas. Nos vienen a buscar y nos proponen un espacio político o armamos nosotros un espacio político que represente la necesidad de todos los trabajadores. Paremos una vez y otra vez y tengamos un movimiento fuerte de obreros.”
Solo tal resultado puede evaluarse hoy como ganar. Y volvemos de señalar que no se trata de cosas dentro de las cuales meternos o detrás de la cuales ir. El espacio político es el que se hace el pueblo trabajador cuando enfrenta de facto el problema medular y no –una a una- sus variadas pero obvias consecuencias.
Pedimos ingresos arriba del costo de la canasta básica para todas las familias argentinas. La unificación de todas las variables contingentes en una común y fundamental, favorece la concentración de nuestras fuerzas y las condiciones para centralizar y conducir la lucha política. Pero ya como clase.