E
l aumento de los precios del conjunto de bienes y servicios que necesita cualquier trabajador para reproducir su vida, está volviendo imposible la propia vida. El ajuste es sobre la propia vida, lo elemental para comer, curarse, ir a trabajar. Y mientras todos los bienes suben su precio, es el precio de la fuerza de trabajo el que va por detrás.
La frase que abunda en las asambleas de las organizaciones sindicales es que el salario va por escalera y la inflación por ascensor. Al subir de un piso al otro en un edificio, se llega agitado, desganado y desmotivado.
Lo que no se retribuye en salario no es que no esté o se haya evaporado por la atmósfera. Es el achique de costos que realizan las fracciones de capital para disminuir su caída de rentabilidad. Porque la crisis -su crisis- se los devora a ellos mismos. Y la forma de subir en ascensor es a costa de la transpiración de los que tienen que encarar las escaleras.
Quienes viven de su trabajo -cada vez remarcan- que sin salario digno ni la salud, ni la educación, son posibles. Tampoco un país, una región, la propia nación.
Mientras el FMI cobra su alquiler en dólares y los bancos transnacionales su renta en letras, difícil es que el salario cubra la canasta básica.
La deuda es con el pueblo trabajador. Y sin salario digno, no es posible ni propia vida.