S
ólo cuando el dinero de un país se utiliza para políticas sociales, la emisión es un problema. Mientras la misma sea para engordar los intereses de letras en manos bancarias o fondos de inversión, ese problema se convierte en obtención de liquidez y solvencia.
El nivel de deuda global se ubicó en niveles pico y superó el monto previo a la pandemia. Las propias economías emergentes, cada vez tienen más dificultades para emitir en su propia moneda. Es que los bonos en moneda local compiten contra la tasa de interés de los bonos de países desarrollados, cada vez más beneficiados con la suba estas tasas.
Es el mercado de deuda, asentado en el precio del dinero, el que hace tambalear permanentemente los precios. Una bola de nieve, una sobreproducción de instrumentos que infla permanentemente el resto de las cosas y condiciona así -como principal factor- al conjunto de los bienes y servicios producidos.
Esa es la encrucijada en la que vivimos y sólo se explica desde las relaciones de fuerzas: cada fracción impone esa cuota para obtener el mayor valor posible.
Son las relaciones de poder la principal variable a tener en cuenta para pretender revertir esta situación. O resignarse a ser una variable de ajuste para ser siempre espectadores de un mercado que no nos pertenece.