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fines de octubre y mediados de noviembre, reportes de Inteligencia ucranianos habían detectado movimientos de tropas norcoreanas apoyando al ejército ruso en el frente de batalla. Tras confirmarse, la propia OTAN lanzó un comunicado tildando a esta colaboración de “peligrosa expansión”. Pero en simultáneo, el presidente de Corea del Sur aseguraba que no descartaba el envío de tropas y armas a Ucrania.
Una semana después, Putin y Kim Jong Un (CdN) hacían manifiesto el apoyo militar entre ambos estados con la firma de un tratado de defensa: ayuda militar, cooperación ante las sanciones internacionales y coordinación de posiciones en la ONU, los puntos destacados.
Detrás de estos movimientos, el “Occidente” comprometido con la paz (OTAN + aliados) comenzaba a tomar nota del triunfo de Trump (y la derrota de Biden). El asesor de seguridad nacional de EEUU, Jake Sullivan, aseguraba que toda la ayuda económica aprobada por el Congreso sería entregada, con la posibilidad de que el derrotado presidente Joe Biden pudiera hacer efectiva una ayuda “extendida” a Kiev tras el fin de su mandato. “El presidente Biden defenderá que necesitamos recursos continuos para Ucrania más allá del final de su mandato”, decía Sullivan, justificando que “alejarse de Ucrania significaría más inestabilidad en Europa”.
En reunión de emergencia de la OTAN –una más entre las muchas que ocurrieron después– su secretario, Mark Rutte, se pronunciaba en un mismo sentido: “gracias al liderazgo de Estados Unidos, Ucrania ha prevalecido y Rusia no ha ganado”, sostenía el secretario de la alianza; “Obviamente, tenemos que hacer más para asegurarnos de que Ucrania puede mantenerse en la lucha y sea capaz de hacer retroceder tanto como sea posible el ataque ruso e impedir que (el presidente ruso, Vladímir) Putin tenga éxito en Ucrania”, concluía. Y también reconocía “la indivisibilidad de la seguridad entre y dentro de estos diferentes teatros: el teatro euroatlántico, el teatro indopacífico y Oriente Medio”.
¿Una nueva crisis de los misiles?
Estados Unidos, reconocido por todos los aliados como garante -ya no de la paz, sino de la guerra- hizo gala de su compromiso autorizando el uso de los famosos ATACMS con los que Ucrania lanzó un ataque sobre la región rusa de Bryansk. Luego vendrían dos paquetes de ayuda económica (primero de 275 millones y a principios de diciembre uno de 725 millones) y más armamento. La escalada ya estaba en curso.
La respuesta de Rusia fue contundente. Tras los ataques con ATACMS, modificó su doctrina nuclear. “Cualquier ataque contra Rusia por parte de un Estado no nuclear, pero con la participación o apoyo de un Estado nuclear, será considerado como un ataque conjunto contra la Federación Rusa”, explicó Putin, tras firmar el decreto.
El portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, señalaba como responsable de estas modificaciones la decisión tomada por la Casa Blanca: “no estamos hablando de una escalada sino de adaptarnos a nuevas realidades” explicó.
Un día después, y tras el aviso de cierre de varias embajadas –la de EEUU incluída– a través de un mensaje televisado, Putin reconocía el ataque a una instalación militar con un misil balístico hipersónico intercontinental (ICBM) sin carga nuclear. Además del ICBM, el ataque incluyó un misil aerobalístico Kh-47M2 Kinzhal y siete del tipo crucero Kh-101.
El ministerio de Defensa ruso también dio a conocer la neutralización de dos misiles británicos de largo alcance Storm Shadow. “Nos consideramos con derecho a usar nuestras armas contra instalaciones militares de aquellos países que permitan usar sus armas contra nuestras instalaciones”, declaró Putin, tan solo horas después; y agregó “después de los ataques de largo alcance de Ucrania, un conflicto regional adquirió elementos de uno global”.
El que reafirmó su postura de no permitir el uso de misiles fue y sigue siendo Alemania bajo el mando de su canciller, Olaf Scholz. En el marco de la Cumbre del G20, sostuvo que no creía correcto «suministrar misiles de crucero Taurus”.
Hace semanas aprobaron un paquete de 650 millones de euros (683 millones de dólares) para Ucrania.
Financiar la guerra o la paz
Durante una reunión de ministros exteriores en Bruselas, el representante ucraniano sostuvo que la “única real” garantía de seguridad es su adhesión plena a la OTAN. Rutte se limitó a declarar que el proceso de aproximación de Ucrania era “irreversible”, sin fechas. Días antes, el mismo Rutte aseguraba que la OTAN seguiría brindando lo “necesario” para no tener una Rusia “envalentonada en nuestras fronteras”.
La nueva jefa de la diplomacia de la Unión Europea –la estonia Kaja Kallas– tras una reunión bilateral con Zelensky, dijo a la prensa que “la garantía de seguridad más fuerte [para Ucrania] es la membresía a la OTAN”.
Kaja Kallas (Unión Europea) apoyando el ingreso de Ucrania a la OTAN.
Antes y después de los ataques con misiles, el presidente Zelensky había rechazado la sugerencia de ceder territorios a Rusia, lo que tildó de “inaceptable para Ucrania y suicida para toda Europa”. Hace dos semanas, en una entrevista radial declaraba: “tenemos que hacer todo lo posible para que esta guerra termine el año que viene. Tenemos que acabar con ella por medios diplomáticos” y agregaba que la nueva gestión de la Casa Blanca estaba del lado de Kiev para darle un cierre al conflicto.
“Si queremos acabar la ‘fase caliente’ de la guerra, necesitamos poner bajo el paraguas de la OTAN el territorio de Ucrania que tenemos bajo control», y agregó que el resto del territorio (ocupado) «se puede recuperar por la vía diplomática”, en el programa británico SkyNews.
La semana pasada, la Cámara Alta rusa, aprobó el proyecto de presupuesto con un aumento del 30% en el gasto militar. El gasto militar previsto es de 13,5 trillones de rublos (cerca de 126.000 millones de dólares), más del 6% del Producto Interior Bruto (PIB). Al menos el 40% del presupuesto de 2025, tal como se aprobó en primera instancia, sería para Defensa y Seguridad Nacional. Entre los socios OTAN, 23 de los 32 países que integran la alianza llevaron el 2% de su PBI en 2024 para Defensa.