El Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG) realizó una comparativa de las variables económicas a lo largo de la década del Plan de Convertibilidad de Menem-Cavallo (1991-2001) versus las del primer año del esquema Milei-Caputo.
A grandes rasgos, dice que el segundo es una mala copia del primero y que de hecho va más rápido hacia el mismo fracaso. Las caídas en el PBI “durante la Convertibilidad fueron agravados por choques internacionales –afirma CELAG–, mientras que en 2024 la crisis fue una consecuencia de decisiones autónomas del Gobierno”. ¡¿Qué?!
Decidir no es justamente un tipo de acción indeterminada o abstracta. En cualquier ámbito de la vida, una decisión se toma en o ante una realidad dada. De hecho, esa es la naturaleza de tal tipo de acción: ésto es lo que quiero, ésta es la realidad, qué hago ahora. Hasta para tomar un helado, se opta entre los sabores disponibles en la pizarra. Si ninguno gusta, la decisión de no tomar nada también deviene de esa misma circunstancia concreta. Los grados de autonomía, en uno y en otro de los casos comparados, pasan por soslayar o ponderar los aspectos situacionales: entre ellos -y fundamentalmente en este ejemplo- la oferta de esa heladería o incluso la ausencia de otras en las cercanías.
A este respecto, quien está en problemas no es quien tomó la decisión, sino CELAG. Sin ver ni apreciar las condiciones concretas en que se toma la decisión, no le queda más que hacer hincapié en la mera subjetividad especulando con la intencionalidad (¡qué cerquita que queda de la teoría subjetiva del valor!). En el primer caso, aplica un pre-juicio de racionalidad. Al segundo, de irracionalidad: nadie lo obligó, nadie lo condicionó, no había motivos para hacer lo que hizo.
De tal base argumental deviene el coloquio de la maldad (‘es un desquiciado’) y del odio. Y de su opuesto, claro, el amor. Y todo ampliado por los aparatos/redes/medios de formación de la opinión pública hasta imponer la consigna popularizada: ¡el amor vence al odio!
¿Qué vela CELAG en y con su comparativa? En general, lo que es ley: las condiciones que el régimen capitalista -sea cual sea la etapa y el momento que atraviese- impone y desparrama por todo el sistema mundo. Y en particular, la situación concreta en cada caso. La de ahora: crisis económica estructural global y el estado beligerante en el que han entrado por tanto sus fracciones dominantes, arrastrando a las potencias a la guerra y radicalizando la competencia «política» en el resto de las naciones.
Pregunta: ¿1990 arrancó así o bajo el Consenso de Washington de desplegar el plan neo-liberal por todo el mundo con el tandem Reagan-Tatcher encabezando la diplomacia? ¿En ese mismo estado de unipolaridad estamos hoy? No.
Trump, Le Pen, Meloni, Milei son emergentes de esta crítica situación. Pero también Lula en lugar de Bolsonaro, Boric en reemplazo de Piñera. El problema por tanto no es el personaje, sino la situación: que fluctúa, que cada vez es más inestable y ningún gobierno está pudiendo prolongarse.
¿Qué hay de fondo? ¿Qué determina esa alternancia, es decir, esa inestabilidad? Silencio. CELAG analiza el fenómeno.
Pero agreguemos una pregunta, al respecto del pre-juicio que pondera la autonomía en uno y otro caso: la decisión de que las relaciones con EEUU fueran de tipo “carnales” –según las definió entonces el canciller menemista-, ¿no fueron acaso igual de autónomas?
En 2017 ya habíamos escrito en este mismo sentido y por este mismo motivo. “Trump es un peligro para el mundo», sostuvo un escriba del Partido de la Liberación (PL) apenas conocidos los resultados de las elecciones que lo dejaron en la presidencia de EEUU. ¿Para qué mundo es peligroso Trump?, nos preguntamos intentando correr el velo “de las evaluaciones de la pequeña burguesía ilustrada”. Se llama progresismo y es polea de la fracción financiera global.
En lugar de señalar el agudo conflicto interimperialista materializado en el seno mismo del imperio ya en aquel triunfo electoral de Trump, la autodenominada izquierda prefería entonces personalizar la maldad. Ahora y a nivel nacional, también.
A quién le sirve –decíamos entonces y repetimos ahora- “ratificar esa visión valorativa general sin perjuicio de entender el momento que atraviesa la lucha de clases a nivel global, el papel de las diferentes fracciones de la burguesía en ese marco y, en ese mismo marco, el escenario que se presenta para la clase trabajadora y para los pueblos del mundo”. Esto último es lo medular. Y es justamente lo que se vela, obtura y niega con ese tipo de evaluaciones.
Bien vale repasar. Allá por 1999, la gran Alianza construida con eje en la corrupción menemista ganó las elecciones y el Gobierno cambió de mano pero no de programa: mantuvieron intacto el Plan de Convertibilidad y hasta volvieron a convocar a su mentor, Domino Felipe Cavallo, al Ministerio de Economía. Un año después, la crisis nos estalló encima y nos impulsaron en caliente a la calle. Dirimida la salida, impusieron la devaluación. Aún hoy, el izquierdismo sigue diciendo que fue una insurrección popular.
Más acá, tras las masivas movilizaciones de 2017 y 2018 a la Plaza de los Dos Congresos, contra la reforma previsional y todo el ajuste, la conducción demoprogresista volvió a imponer su solución: “hay 2019”. Aunque de 2020 a 2024 fuimos de mal en peor, el gobierno del Frente de Todos nunca hizo lugar a desanudar lo principal: el crédito del FMI tomado con Mauricio Macri en la presidencia. En 2006, el Frente para la Victoria sí decidió sacarse de encima al FMI y comenzó un ciclo de acumulación de reservas.
Más allá del nombre del Frente y del apellido del gobernante, las fracciones sociales y sectores económicos que lo constituían eran otras.
Poniendo el foco sólo en el sillón de Rivadavia y estableciendo el criterio de evaluación (roba-no roba, bueno-malo, amor-odio, progresismo-fascismo…) lograron –y seguirán logrando- que sólo juguemos a cambiar de payaso para que el circo -su circo- siga de show. Se llama conducción ideológica.
Por lo visto, nuestro enemigo ha aprendido más que nosotros: para ganar una guerra ya no se presenta frontalmente, pues de tal actitud rebota inmediatamente la resistencia. Para sortear ese principio de acción y reacción, primero nos descabezaron desterrando del campo popular nuestra teoría del poder. Después ocuparon esas posiciones los dirigentes que quedaron a salvo de la ‘Teoría de los Dos Demonios’.
Con la visión demo-liberal clásica como premisa, sus diagnósticos nos guían siempre a pelear por chauchas y palitos. Se llama conducción estratégica.
Con todo, somos nosotros quienes finalmente estamos así, en serios problemas. Despejar las variables de la situación concreta y ver por qué cada cual pone el foco donde lo pone, es una contribución para empezar a superarlo.