P
or si quedaban dudas, las elecciones permitieron ponerle cara a los intereses que se impusieron sobre la mesa. La guerra imperialista se va agudizando en el territorio de los EEUU y también en el nuestro.
Entre marzo y abril comenzó la lucha entre la línea de Caputo (la fracción globalista deslocalizada) contra la del FMI más toda la cadena con asiento en el mercado local como las agroexportadoras, los bancos, la UIA y la AEA.
El secretario del Tesoro norteamericano, Scott Bessent, fue el encargado de venir a poner las condiciones antes de que se firmara el acuerdo con el Fondo. A partir de aquí, Bessent comenzó dar las señales para el mercado y asumieron, junto al CEO de JP Morgan, Jamie Dimon, el control de la política nacional.
Para despejar toda sospecha, horas previas a las elecciones del 26 de octubre, Dimon se reunió en el teatro Colón con Mauricio Macri, Tony Blair (ex primer ministro británico), Condoleezza Rice (ex canciller de EEUU), Marcos Galperín (MercadoLibre), Eduardo Elsztain (Grupo IRSA), Horacio Marín (YPF, ex-Grupo Techint) y los hermanos Bulgheroni (PAE).
Todos invitados a la mesa, pero quedando en claro quiénes mandan.
“Nos estamos centrando mucho en Sudamérica y estamos consiguiendo un fuerte control en Sudamérica en muchos sentidos”, declaró Donald Trump al día siguiente, antes de partir hacia su gira en Asia.
Ordenada, por ahora, la disputa entre las fracciones dominantes, ahora viene la otra parte del plan: reforma laboral, tributaria y previsional, y nuevos beneficios en la Comisión Nacional de Valores para avanzar en la ‘tokenización’ (como viene pidiendo BlackRock).
Si no llamamos a las cosas por su nombre, si no organizamos la fuerza que necesitamos para ser los trabajadores los que impongan las condiciones, vamos a continuar padeciendo el saqueo de nuestro trabajo.