Mientras en los recintos de los representantes, abundan las discusiones en torno al deber ser de las cosas, en otros recintos -en muchos casos sin techos y asientos cómodos- la sociedad ocupa los rincones de este suelo para resolver lo que le afecta directamente: salarios que no alcanzan , despidos que aumentan, la actividad económica que cae, la dificultad de llegar a fin de mes, el miedo a perder lo conquistado y una situación que deteriora la vida de la gran mayoría del pueblo.
Se va gestando un debate -concreto, terrenal, llano-, que desborda plazas, salones y calles. Que no tiene más jerarquías que la de mirarse a los ojos entre los propios compatriotas para no abandonar la lucha que es cruel y mucha pero que no opaca la esperanza del camino (al decir del tango) .
Las fuerzas de seguridad aplican el protocolo -ya viejo y obsoleto, pero efectivo y contundente-. Los que legislan siguen en la chiquita y pequeña escala de la competencia electoral. Los que están en los Poderes Ejecutivos tratan de justificar su inacción y la Justicia hace como que actúa neutralmente.
Hay un contrato -desde hace tiempo- que está roto. Y lo que sucede, no hace más que evidenciarlo: es este sistema, que en su forma institucional jurídica no está resolviendole el problema de nadie.
Por eso el parlamento se vuelve calle, se desdibuja de su color parcial y va tiñéndose de pueblo, sociedad, trabajadores.
Es lo que no aparece -obvio- en los grandes medios, pero va constituyendo la única agenda.
En definitiva es el pueblo, que está buscando su gobierno -la manera- de resolver lo que el gran capital le ha saqueado históricamente.
Es un momento, subterráneo y desapercibido, pero que puede forjar cimientos de futuro.