E
n menos de un mes se agudizaron todos los conflictos que ya estaban en curso.
Desde la OTAN reconocieron la “indivisibilidad” de todos los teatros de operaciones en curso, pero solo refiriéndose a aquellos que se manifiestan como enfrentamientos militares.
Lo cierto es que no hay tregua en ninguno de los ámbitos: guerra de aranceles por los insumos para la producción de microchips, movilizaciones a favor y en contra de la Unión Europea en Georgia tras las elecciones, auto-golpe de estado que duró menos de veinticuatro horas en Corea del Sur, conflicto abierto en Siria con tropas antigobierno vinculadas a Turquía y un nuevo despliegue ruso para sofocarlas.
Israel incumplió el alto el fuego con Hezbollah y siguió bombardeando a Líbano.
Ahora ni Francia ni Alemania encuentran resolución para terminar de armar gobierno en sus parlamentos. Y en esta última nación, se suma la crisis de una de sus industrias insignes: cien mil trabajadores movilizados contra el cierre de tres plantes de la Volkswagen.
La reducción de los costos (léase: salarios y prestaciones de los trabajadores) no alcanzan para suturar la sangría que se va para la industria de la guerra. Y la institucionalidad (global y estatal de los países centrales) siguen sin poder ordenar una respuesta.