Exactamente el 25 de mayo, un mes antes del cese al fuego en la llamada “Guerra de los 12 días” entre Irán e Israel, concluía el primer viaje a través de la vía ferroviaria que une la ciudad china de Xi’an, con el puerto seco ubicado en Aprin, Irán.
El proyecto, de más de diez mil kilómetros, tiene implicancias geopolíticas contundentes. Fortalece la Iniciativa de la Ruta y Franja de la Seda (BRI), reduce los tiempos de transporte de las mercancías de 40 a 15 días, y permite evitar las contingencias que puedan producirse en el Golfo Pérsico, el Golfo de Omán, el Estrecho de Bab al-Mandab (Yemen), el Estrecho de Malaca (Indonesia), el Estrecho de Ormuz y el Canal de Suez.
Días antes, el 12 de mayo, también en Teherán, tuvo lugar una reunión que contó, además, con representantes de Kazajistán, Uzbekistán, Turkmenistán y Turquía. El eje del encuentro fue fortalecer vías transcontinentales de transporte.
El Corredor China-Irán es, además, la primera fase de un proyecto para unir por vía terrestre a China y Europa. Otro de los planes chinos es la posibilidad de aportar inversiones en el puerto de Cabahar, al sureste de Irán, con acceso directo al océano Índico.

Ambas naciones, a su vez, han estrechado acuerdos en materia militar. Hasta ahora, estos asuntos siempre habían incluido movimiento conjuntos junto a Rusia. Vale recordar que en otro de los conflictos que agitó recientemente la región, China proveyó a Pakistán de aviones cazas polivalentes J-10C, para enfrentar a India y sus aviones franceses Rafale-Marine.
El otro elemento de esta cooperación es el petróleo iraní. El país gobernado por Xi Jinping compra mensualmente medio millón de barriles a Irán; cifra que representa la mayor parte de los ingresos iraníes. Bajo este escenario, tanto la Unión Europea (particularmente Francia y Reino Unido) como Estados Unidos, ven socavados los cimientos de su influencia en la región.