El enfrentamiento entre potencias es inevitable porque acontece cuando el desarrollo propio del capitalismo llega a su nivel más alto de concentración y los monopolios quedan sin otra posibilidad de abastecimiento que avanzar uno sobre el otro.
La novedad es que no se trata de la expansión sobre territorios externos y ajenos aún a la lógica de producción y de vida capitalista sino que estamos en la consolidación de la globalidad: la integración de toda las economías en una y por lo tanto no hay realmente exportaciones ni de mercancías ni de capitales, sino libre circulación por la redes privadas distribuidas en las distintas geografías del globo.
Históricamente, las guerras entre potencias estuvieron en determinar ya no el precio del dinero sino el patrón de referencia de todas las cosas: de la libra esterlina al dólar-oro y de allí al dólar sin respaldo equivalente desde la década de 1970.
La situación actual de las grandes economías nacionales se parece a la de entonces: inflación, estancamiento e inestabilidad. Y si no avanzan, cada una se come a sí misma. Avanzar es abrir fronteras y abrir fronteras es, hoy, el dominio global del monopolio financiero en el que no hay ya lugar para dos: por eso es que de fría, la guerra pasó -hace unos años ya- a caliente: la inauguró Barack Obama con la intervención quirúrgica en Siria en septiembre de 2013.