Desde inicios del siglo, el gasto militar mundial acumula un 100% de aumento: desde el 1,14 billones de dólares en 2001 a los 2,44 billones en 2023, según reporta el Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz (SIPRI) con sede en Estocolmo. La cifra ya supera el 2% del PBI global, tal como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se lo exige a sus países miembros. Pero más que clave han resultado las operaciones militares lanzadas en los últimos años en Europa central y en Oriente Medio para re-activar el mercado de armas, equipamientos y municiones en general. La factura de 2023 creció 6,8% respecto a 2022: el mayor salto en los últimos 15 años.
Lo de EEUU sigue siendo superlativo en términos absolutos: con un gasto de 916.000 millones de dólares explica el 37,5% del total. Pero fue en derredor de Ucrania y en proximidad de Rusia donde más incrementaron las partidas en los últimos 10 años: Polonia, Dinamarca, Holanda, Finlandia, Suecia y Rumania, entre un 60% y 100%.
La mayoría del negocio queda en manos del mayor proveedor: el complejo industrial militar –privado– norteamericano. A saber: Lockheed Martin, Raytheon Technologiese, Northrop Grumman, Boeing y General Dynamics encabezan el ranking mundial y facturan el 51% de las ventas mundiales.
A la cabeza de la Secretaría de Defensa, Joe Biden designó a Lloyd Austin, un militar que hizo carrera durante la presidencia de Barack Obama: de Director del Estado Mayor conjunto en 2009 a titular del Comando Central en 2016. Su área de operaciones cubre Oriente Medio, centro y sur de Asia. Cuando Donald Trump ganó en 2017, Austin pasó retiro. Pero asumió el directorio de Raytheon Technologies. Luego en Nucor y en 2018 fue director independiente en Tenet Healthcare. Y de ahí nuevamente a funcionario de otro gobierno demócrata.
Si se comparan los períodos 2014-2018 con 2019-2023, los Estados europeos aumentaron en un 94% las importaciones de armas. El complejo norteamericano explicaba el 35% de esa demanda y ahora el 55%. Pasa que al menos 30 países le compran para ayudar a Ucrania. Así, apunta también el SIPRI, “ha aumentado su papel como proveedor a nivel mundial”. Hasta 2018 el 34% de las exportaciones mundiales tenían su membrete. En 2023, subió 42%. Entre tanto, las ventas Rusas al exterior bajaron un 53%.
El enfrentamiento ordena
Cuando en 2014 Crimea se unió a la Federación Rusa, solo tres países miembros de la OTAN ponían el 2% de su PBI en medios bélicos. En 2022 pasaron a ser 7 y en 2023 terminaron siendo 18. Así, el conjunto de Europa terminó gastando el año pasado un 16% más que en 2022 y 62% más que en 2014. Desde entonces, el presupuesto alemán se estiró 48% también. Solo el año pasado Polonia le metió un 75% más y gasta en fierros el 3,8% de su PBI.
En las otras regiones críticas del globo, el rumbo es similar. El gasto militar en el Oriente Medio promedió una suba del 9% y fue también el mayor de los últimos diez años: Israel solito lo amplió un 24%, hasta los 27.500 millones de dólares. El 30% de las ventas internacionales de 2019 a 2023 fueron hacia allí. El principal vendedor: ¡obvio!, con más de la mitad.
En el Lejano, otro tanto. Japón y Taiwán gastaron un 11 % más cada uno (50.200 y 16.600 millones de dólares, respectivamente). Y China ejecutó 296.000 millones de dólares, un 6% más que el año anterior.
El camino nuclear
Pero estos conflictos abrieron la puerta también para que el armamento nuclear vuelva a cumplir el papel protagónico que no tenía desde la Guerra Fría. EEUU y Rusia, poseedores del 88% de las 12.121 ojivas nucleares existentes en el mundo, se salieron del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START, de largo alcance) que habían sellado en 2011 y desde febrero de 2023 no reportan más las cifras de su arsenal. Hasta mediados del año pasado, la diplomacia iraní y la norteamericana se encaminaban hacia un nuevo entendimiento en torno al programa nuclear persa y empezaban a comprometer a Israel para que Oriente Medio sea una zona libre de este tipo de armas. Israel es el único país de la región que no ha firmado el Tratado de No Proliferación y que se niega a ser inspeccionado por el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), dependiente de Naciones Unidas (ONU).
Sólo 9 Estados del mundo tienen armas nucleares: EEUU, Rusia, el Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán, la República Popular Democrática de Corea e Israel. Consumados los enfrentamientos, todas siguen gastando más en su arsenal nuclear pero con “un nuevo énfasis en el desarrollo de armas tácticas” (de corto alcance) y con mayor cantidad de ojivas desplegadas: puestas en misiles emplazados ya en aviones, lanzaderas terrestres o submarinos.
Esta es la tendencia que delinea el porvenir, advierte el SIPRI, y es también el objetivo en el que se han embarcado India, Pakistán y Corea del Norte. Los otros 6 países ya son capaces de realizar ese despliegue operativo.
El 20% del total de ojivas nucleares permanece como reserva en los almacenes centrales de los países, el 80% cuenta como existencia disponible de cada ejército, una tercera parte (3.900) fue efectivamente desplegada y 2.100 de ellas (17%) se encuentran en estado de alerta operativa.
A pesar de las noticias y declaraciones oficiales con respecto a que Rusia había desplegado armas nucleares tácticas en Bielorrusia para ser usadas en Ucrania, el apartado específico del anuario del SIPRI señala que “no hay evidencia concluyente de que se han desplegado ojivas y personal relacionado”. Más bien, da cuenta de todo lo contrario. Del inventario ruso de ojivas, 1.558 son de corto alcance y todas constan como almacenadas. Es EEUU quien tiene 100 desplegadas en seis bases militares ubicadas en Bélgica, Holanda, Alemania, dos en Italia y Turquía. Y cuenta con otras 200 en reservas, en la base aérea Kirtland de Nuevo México.
Comparativamente, el gasto nuclear de 2023 creció 13,4% respecto a 2022 y 33% en los últimos 5 años. Llegó así a 91.400 millones de dólares de los cuales el 56% corresponden solo a EEUU. Su Departamento de Defensa recibió el año pasado unas 200 ojivas nucleares modernizadas: “La mayor entrega anual desde el final de la Guerra Fría”, destacó coincidentemente Jill Hruby, directora de la Administración Nacional de Seguridad Nuclear (NNSA). Por cuenta propia y mediante una red de contratistas privados, es la encargada de diseñar y producir, mantener y certificar el arsenal nuclear.
“Este es un momento único y sin precedentes en la seguridad nuclear mundial. Nos enfrentamos a crecientes amenazas de armas nucleares de Rusia y a un arsenal nuclear en expansión en China”, dijo Hruby el pasado 29 de julio en el desayuno de trabajo organizado por el Instituto Nacional de Estudios de Disuasión, titulado “Peace Through Strength: Paz a través de la Fuerza”.
Las estadísticas puras dicen otra cosa. El gasto nuclear chino es el segundo del mundo pero muy lejos: 11.800 millones. Después Rusia (8.300), el Reino Unido (8.100), India 2.700 millones, Israel 1.100 millones, Pakistán 1.000 millones y Corea del Norte 586 millones. Son datos del informe anual de la ICAN: Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares lanzada en 2007 por unas 600 organizaciones de la sociedad civil de 107 países. Esta iniciativa recibió en 2017 el Premio Nobel de la Paz.
“El mundo nunca será seguro mientras tengamos armas nucleares”, dijo la abogada Berit Reiss-Andersen, militante del Partido Laborista Noruego y presidenta del Comité Noruego del Premio Nobel, cuando entregó el reconocimiento. Lo recibió también Beatrice Fihn, sobreviviente de la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima por EEUU en agosto de 1945.
Pero en concreto, la tesis que se va imponiendo directa e indirectamente a todos, es otra. “Pekín ha demostrado su capacidad para mejorar sus sistemas de vectores, incluido el despliegue de misiles hipersónicos, más rápidamente que Washington. A menos que esta dirección cambie, China será un adversario nuclear paritario con un poder económico significativo”, siguió argumentando la norteamericana Hruby que estaba pidiendo más dinero y otro enfoque justamente para cambiar esa dirección.
La mayoría del arsenal y las instalaciones nucleares norteamericanas datan de la época del Proyecto Manhattan. Y no alcanza ya con mantenerlo o adecuarlo ante la pujanza industrial de nueva era. “Estas condiciones –siguió– presentan un panorama nuclear fundamentalmente diferente al de los últimos 80 años y nuestro pensamiento disuasorio tendrá que ajustarse” ¿Qué pide entonces? “Recapitalizar las capacidades de producción, crear la infraestructura necesaria y forjar soluciones con aliados y socios que permitan la seguridad y la estabilidad globales”.
Tragedia
En los últimos 5 años, los Estados invirtieron en armas nucleares unos 387.000 millones de dólares: algo más que el presupuesto del Programa Mundial de Alimentos (PMA) para acabar con el hambre mundial antes de 2030. Ese es uno de de los Objetivos para el Desarrollo Sostenible acordados en 2015 por todos los mismos Estados en la ONU. “Para liberar a la raza humana de la tiranía de la pobreza” y “cambiar al mundo hacia un camino sostenible y resiliente” (sic), dice ese decálogo.
“En un mundo que produce suficientes alimentos para alimentar a todos en el planeta, el hambre debería ser cosa del pasado”, dice su web. Pero no es así, reconoce a renglón seguido: “Una de cada once personas sigue acostándose con hambre. La escasez extrema de alimentos está presente en el 20% de los hogares. Este año, 309 millones de personas están expuestas a niveles agudos de inseguridad alimentaria: falta de acceso regular a alimentos seguros y nutritivos para un desarrollo adecuado y una vida activa y saludable”.
Los números de este informe muestran el aumento de lo gastado en armas en 2023. Aun así, en abril de 2024 la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, decía: “Tenemos que acelerar colectivamente el gasto europeo en Defensa. Pero al igual que la guerra no es cosa del pasado en Europa, la cooperación en materia de Defensa debe ser la marca del futuro en Europa”. La alemana reconoce que están cada vez más encerrados (y no solo en lo estrictamente militar) entre la emergencia de Oriente y el mando de Occidente que Norteamérica se resiste a ceder. Dice que quieren salir de manera más autónoma pero no puede: la contingencia de los hechos le impone y profundiza otra estrategia.
Comedia
La OTAN acaba de cumplir 75 años. En su última cumbre de julio pasado, realizada en Washington, hubo un anuncio sin igual: volver a emplazar armas de largo alcance en suelo alemán. Serán misiles norteamericanos tipo Tomahawk que llegarán en 2026 y misiles ultrasónicos que los fabricantes aún tienen en etapa de desarrollo. Es “para reforzar la disuasión militar de la OTAN en Europa”, dice el comunicado conjunto del gobierno dador y del receptor. El socialdemócrata Olaf Scholz, canciller de este último, se sabe de memoria el libreto: “sabemos que en Rusia ha habido un increíble rearme, con armas que amenazan el territorio europeo”, declaró para la ocasión.
El PSD de Scholz declaró que está a favor de la paz pero considera que es un paso necesario. Los Verdes (ecologistas), con quienes conformó alianza para llegar al gobierno, los liberales del Partido Democrático Libre (FDP) y la Unión Demócrata Cristiana (CDU, donde milita Von der Leyen), principal bloque opositor, acompañan también. En contra han tomado posición La Izquierda (Die Linke) –que también es parte del gobierno–, una reciente fracción que se escindió de ella, la Alianza Sahra Wagenknecht (BSW), y la nacionalista Alternativa para Alemania (AfD). Tino Chrupalla, su portavoz, dijo que “Scholz no actúa en interés de Alemania”.
En las recientes elecciones de diputados para el Parlamento Europeo, la alianza que gobierna quedó en tercer lugar detrás de los conservadores (CDU+CSU) y los ultra-conservadores (AfD). En Francia, pasó igual. La Agrupación Nacional de Marine Le Pen se llevó 31,4% de los sufragios: más que el espacio del presidente Emmanuel Macron (Renacimiento, 14,6%) y los Socialistas (13,8%), juntos.
Para las agencias oficiales de noticias de Alemania, Francia y España –y para los progresistas latinoamericanos también–, éste es el problema: el avance de la derecha. Y no se lo pueden explicar aún. La economía alemana está estancada en general, las cámaras empresarias locales están ofuscadas por la desindustrialización y el gasto público que prioriza otras agendas (como la ecologista y los derechos individuales). Mientras, el FMI le sugiere ahora la misma receta que a los países no desarrollados: ajuste y reconversión para que lleguen los capitales a reactivarla. El pueblo europeo sigue teniendo ingresos altos en comparación con sus pares del resto del mundo. Pero está sometido a un empeoramiento de las condiciones de vida y a un incumplimiento de los derechos laborales que no se veía desde 1980.
Fue por entonces –1983– que la OTAN dispuso el despliegue de misiles cruceros también contra la amenaza soviética. ¡Qué tragedia!: se repite el ciclo de guerra fría y crisis. ¡Qué comedia!: Scholz estuvo aquella vez en las calles, en contra.
Mediante una investigación del diario norteamericano Wall Street Journal se conoció a principios de este mes que la Ucrania de Volodimir Zelensky ejecutó en septiembre de 2022 la destrucción del gasoducto Nord Stream 2 que unía directamente y por el fondo del Mar Báltico los pozos rusos con las hornallas alemanas. Era su principal cliente y su productividad se basaba en el bajo costo energético. Pero desde entonces, vivir y producir en Alemania es más caro y su economía está estancada. Alegando esos motivos y no otros, el gobierno cambió la cara y anunció ahora que interrumpiría la ayuda armamentística que venía dándole.
Por lo visto, sigue anclada y a los tumbos según mandan desde el otro lado del Atlántico.